POR LA ESPIRAL
Claudia Luna Palencia
Los commodities se han puesto por las nubes. Las materias primas tan necesarias para elaborar los productos en la industria y también para producirlos como el caso de las materias primas energéticas están siendo víctimas de una demanda que ha sido restablecida más rápido que la capacidad de respuesta de la oferta y muy superior a la cadena de distribución que no logra desatascar el problema que hay en el traslado de los contenedores.
Y si el maíz sube, el petróleo va por el mismo camino: en un año tanto el Brent como el petróleo estadounidense WTI han duplicado su precio de una media de 40 dólares por barril respectivamente; así las cosas, los futuros del Brent subieron a 85.43 dólares y el WTI, hasta los 84.76 dólares, son valores que no se veían en los últimos siete años.
El G20 que se reunirá, este 30 y 31 de octubre, en su agenda abordará la crisis energética. A todos los países miembros de este club del multilateralismo les preocupa que la inflación derivada del incremento del precio en todos los commodities termine comiéndose el crecimiento económico en 2022.
Si bien el grupo avanza con distintos grados de intensidad cambiando su modelo de dependencia energética a los insumos fósiles, sigue siendo muy bajo el impacto de las energías verdes, renovables, sostenibles, eficientes y de costo moderado.
El compromiso adquirido en el cónclave pasa por acelerar la transición energética, sin embargo, no se disimula la competencia por obtener primero el actual suministro de petróleo, gas e incluso del carbón que la actual crisis energética está volviendo a situar como imprescindibles.
El G20, en su conjunto, necesita más de 3.500 gigawatts para lograr el 100% de la energía renovable; en algunas regiones como la UE, que llevan años mostrando un denodado compromiso con el cambio climático, las renovables no llegan ni al 30% de participación en la energía requerida.
La dependencia hacia las energías fósiles sigue siendo evidente, la UE es un importador neto de petróleo y de gas; estos días las consecuencias están dejándose ver en los fuertes incrementos en la electricidad, hasta del 300% en el caso de España en el costo del megavatio por hora en comparación con 2019 y 2020.
El invierno es la gran preocupación con bajadas de temperaturas y elevados consumos estacionales, tanto de luz como de calefacción, sobre todo en ciudades y poblados donde las nevadas son inevitables.
Y encima, el G20 con todo y sus compromisos adquiridos, no logra disimular que en cada jugada hay geopolítica pura y dura: ya Rusia ha dicho a Europa que Gazprom no incrementará su oferta de suministro de gas a los países europeos, algunos como Austria han empezado a hablar a su población de la necesidad de irse preparando para un “apagón eléctrico” que podría suceder en cualquier momento –desde ahora hasta en los próximos años en el corto plazo– y durar inclusive dos semanas sin suministro eléctrico.
A COLACIÓN
China y España que habían visto reducir su consumo de carbón han vuelto a incrementar sus adquisiciones. La realidad es aplastante: entre los buenos deseos por mitigar el impacto climático (y reducir las emisiones) contra la necesidad de sostener la recuperación económica y compensar vía el carbón los altos precios del gas y del petróleo con un suministro además reñido. Si el gas sube para generar electricidad, el carbón es la segunda opción.
Por ejemplo, España ha debido recurrir a un mix energético con el carbón recuperando el protagonismo, tras anunciar que sus reservas de gas natural están en mínimos y todavía no empieza el invierno. El mes pasado, el país ibérico compró 60 mil toneladas, de hecho, octubre ha sido el mes con más carbón utilizado para producir electricidad.
Por su parte, China tampoco se ha tentado el corazón climático ante la gravedad de que los suministros energéticos no se restablezcan con prontitud y para blindar sus planes quinquenales, el gobierno de Xi Jinping ha acelerado cuantiosas adquisiciones de carbón australiano.
Es más, si Jinping en su pasada participación en la ONU defendió sus compromisos climáticos, el temor al desabasto energético ha motivado que dentro de su Nueva Ruta de la Seda entren planes de urgencia para construir más de treinta plantas de carbón en diversos países.
Por su parte, el dignatario norteamericano Joe Biden, sigue formulando planes y planes que necesitan de la concordancia del Congreso: previo al encuentro del G20 en Roma, el mandatario estadounidense anunció “un plan para transformar la industria eléctrica” de Estados Unidos con la meta de que, en 2050, el 45% de la electricidad sea energía solar.
Lo que no habla es cómo va a enfrentar su nación la actual crisis energética, cuando las empresas productoras de shale y de esquisto tienen menos de medio parqué funcionando.