Antonio Cruz Coutiño
A don Felipe Granda, empresario ejemplar olvidado.
Tuxtla Gutiérrez posee desde 1976, o quizá desde años antes, un bazar distintivo, seguramente conocido por la mayor parte de los tuxtlecos. No por los de la inmigración reciente. Es una especie de miscelánea, aunque no en la línea a la que estamos acostumbrados (abarrotes, víveres, licores, alimentos), sino en un giro por demás extraordinario: orientada hacia la construcción, el saneamiento e higiene doméstico, la herrería artística y las herramientas. Ella se encuentra sobre la 9na. Avenida Sur entre 3ra. y 4ta. Poniente, en el número 423. En su marbete se lee: Ferretería San Francisco y, probablemente su nombre se debe a que desde la Novena inicia el barrio homónimo, aunque el templo del personaje se encuentra a cinco cuadras.
El establecimiento podría ser catalogado como tlapalería, almacén de materiales para construcción, ferretería, tienda de decoración, casa eléctrica, tornillería, jarciería y demás, aunque yo la he asumido desde hace tiempo como una auténtica miscelánea. Miscelánea, porque aquí encontramos fierro industrial, artículos de jardinería y decoración, objetos propios de herreros y balconeros; herramientas e instrumentos eléctricos para albañiles, mecánicos y electricistas, y utensilios, equipos e insumos para plomeros, hojalateros y carpinteros. Miscelánea, porque así la define el diccionario de la Real Academia Española. Dice que deriva del latín miscellanĕus. Que significa “mixto, vario y compuesto de cosas distintas o de géneros diferentes”. Que es también “mezcla [y] unión de unas cosas con otras” y que, para el caso de México y Centroamérica, es incluso “tienda pequeña de esquina”, aunque bien a bien, no son tan pequeñas y no se ubican, ni mucho menos, siempre en esquinas.
Así que conozco la miscelánea sui generis de Tuxtla, desde 1976, año en que iniciaba mis estudios del segundo ciclo del bachillerato, al tiempo que trabajaba por esos días con el herrero-maestro don Gustavo Popomeyá García. Por la tarde iba al antiguo CECyT del ICACH (posterior e inicial asiento de la UNICACH), y por la mañana hacía labores de cepillado, aseo y pintura en la balconería o taller de herrería propiedad del maestro, ubicado justo en la esquina sur-occidental de la actual Facultad de Medicina Humana.
Varias veces acompañé a don Gustavo, a sus compras y al traslado de materiales. Fue entonces que conocí la Ferretería San Francisco, al igual que las acererías Casa Góngora de la Quinta Norte y la Central de Materiales del Sur, esquina de 11ava Poniente y 1ra. Sur. Entre otros negocios colaterales, visitamos también la Ferretería Castillejos del ingeniero Víctor Manuel Díaz ubicada en la esquina de 2da. Sur y 1ra. Poniente, y en la contraesquina de ella, la Ferretería del Sur de don Enrique Sardáin, la del perico verde-amarillo, progenitora de las ferreterías contemporáneas de don José Luis Mandiola Ugartechea y sucesores.
Recuerdo bien nuestra miscelánea, y hago feliz remembranza de ella, pues ahí supe distinguir por primera vez, la diferencia existente entre fierro macizo, estructural, y fierro ahuecado, tubular. Tuve noción de los diversos perfiles estructurales y poligonales, también llamados celosías, y de las láminas de diversos tipos: negras, galvanizadas, lizas, corrugadas y onduladas. Ahí supe de ángulos, soleras, cuadrados y redondos; de vigas, polines, montenes y tubos de hierro macizo; de alturas, anchos y profundidades, y hasta de medidas y conversiones, espesores, grosores, calibres, centímetros y pulgadas.
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