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Giovanni Sartori, víctima de los excesos del fascismo ordinario

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Puede ser el huevo de la serpiente, y algunos todavía no acaban de darse cuenta. No saben que por ese camino se va a la regresión histórica, al derrumbe de la convivencia y al enfrentamiento armado entre hermanos. Es tiempo de detener el alebrestamiento chairo que trata de destruir las bases de la conciencia política sobre el desastre que nos inunda. 

 

 

‎En nuestra sociedad política en constante formación se trata de obedecer el imperio de las leyes. Normalmente la razón está del lado de la sociedad crítica y demandante del respeto a las libertades, a la democracia y al desarrollo general. Nunca ha sido de otro modo.

En esa óptica coinciden los estudiosos de todos los tiempos acerca de la cultura cívica. Funcionalistas y estructuralistas, desde Robert Dahl y David Easton, precursores del tema, hasta Samuel P. Huntington y Giovanni Sartori, este último, víctima de los excesos del fascismo ordinario y depredador.

Como la civilización y la dignidad indican, estamos cansados de los imitamonos. Los que oyen libertad y fraternidad, y sólo alcanzan a repetir “tad” y “dad”, parafraseando al gran Jean Paul Sartre de los viejos tiempos del colonialismo europeo. Estamos en el siglo veintiuno y, definitivamente, no se vale.

Al tomar protesta en Italia el Gran Consejo Fascista, como el instrumento de dominación, su dirigente, il Duce, fijó la doctrina: “el fascismo no tiene ni estatutos, ni reglas”, realizando la mejor síntesis de los principios que lo guiaban, la desaparición del estado de Derecho, la concepción totalitaria, la sustitución del sistema sindical y empresarial por el corporativismo.

Desde la aniquilación de los competidores políticos hasta la instauración de la dictadura, pasando por la oposición a la democracia y al parlamentarismo, el rechazo a la creencia del progreso y del pacifismo, el desprecio a los derechos individuales, hasta la exaltación del Estado como suprema entidad histórica, como última ratio de la justicia y de la posible vida en sociedad.

 

Pretendía resucitar la gloria del Imperio Romano

 

“El Estado siempre tiene la razón “, máxima expresión de Mussolini, echó las bases de un totalitarismo intelectual, potenciador de la creencia en la posesión de la verdad, para dictarla en toda ocasión, para imponerse por encima de todos.

Conformó una enorme estructura de propaganda‎ que comenzaba por la movilización de sus huestes y alcanzaba el monopolio de los medios de comunicación italianos, con frases agresivas y el desarrollo de una especie de imperialismo autóctono que pretendía resucitar la gloria del Imperio Romano.

El mito de la modernidad fascista se articuló orgánicamente en las estrategias del Consejo, en las estructuras del partido, en las diversas formaciones: los grupos de choque (principi), los militantes regulares (triari), estructurados en legiones, cohortes, centurias, manípulos y escuadras de reventadores.

Las formaciones juveniles (figli della Lupa, balilla y avanguardisti), grupos femeninos de choque (Picole italiane) y demás chusma financiada, otorgaron la mayoría al gobierno. El 3 de enero de 1925 se proclamó oficialmente el Estado Fascista.

Muerto il Duce, el fascismo sigue influyendo hasta hoy. 

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