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Los fueros vuelven a ser una realidad

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Hugo L. del Río

El grito de religión y fueros provocó en el siglo XIX guerras civiles, intervenciones extranjeras, cuartelazos, golpes de Estado e incontables actos de alta traición a México. La alta jerarquía de la Iglesia católica mexicana, al igual que la casta militar, estaban muy por encima de la sociedad. Ellos no respondían a las leyes civiles. Los fueros les daban inmunidad e impunidad.

 

Las cosas llegaron al extremo de que el Estado impuso la religión católica como única y obligatoria para todos los mexicanos. Esto, con el aplauso de los espadones. Llegó don Benito Juárez y las cosas cambiaron para bien. Pero en el tercer milenio, los fueros vuelven a ser una realidad. Increíble: retrocedemos. Hace tres años, cinco militares asesinaron aquí al joven Jorge Otilio Cantú Cantú. Su vehículo presentaba cuarenta impactos de bala. No conforme con victimar al muchacho, la soldadesca intentó ensuciar su imagen y presentarlo como un narco a quien abatieron en legítima defensa. La mentira saltó en pedazos, pero es fecha que los homicidas que deshonraron el uniforme no han sido sentenciados. Y hay otros casos de abusos criminales por parte de la tropa. Están los dos estudiantes, Jorge Antonio Mercado y Javier Francisco Arredondo, victimados por una patrulla de fusileros dentro de las instalaciones del Tecnológico. Las hienas de aspecto humano sembraron armas alrededor de los chicos y, como posteriormente lo harían al asesinar a Cantú Cantú, alegaron que los jóvenes eran traficantes de drogas y habían agredido a los troperos. En México, desgraciadamente, la Iglesia católica y muchos de los mandos del Ejército comparten sucios, intolerables defectos. Los jerarcas de la institución religiosa defendieron a capa y espada a Marcial Maciel y a sabrá Dios cuántos sacerdotes indignos. El Ejército hace lo mismo con los elementos que matan y calumnian. Las dos organizaciones se sienten obligadas a proteger a los más depravados de sus hijos. Ambas están fracasando en toda la línea: la Iglesia perdió credibilidad hace rato y un amplio segmento de la sociedad regiomontana le está condicionando su confianza a las fuerzas armadas. Entendemos que el ser humano es débil y falible. Muchos hombres y mujeres de la Iglesia son corruptores de menores; numerosos elementos del instituto en armas son asesinos y corruptos. Pero, precisamente como parte del cumplimiento de la función religiosa y el deber castrense, estos individuos deben ser separados y punidos. ¿Han sido, siquiera, expulsados del Ejército los asesinos de Cantú Cantú, Mercado y Arredondo? ¿Están en prisión o gozan de libertad para destruir a más personas inocentes? La Iglesia católica y el estamento militar necesitan abrirse a la comunidad, si es que les interesa contar con el respeto y la aprobación de la gente. Ya no estamos para desgarrarnos en defensa o rechazo de aquel viejo grito de guerra: religión y fueros

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