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Mi Madre y los 43

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Ágora Política 

Jesús Yáñez Orozco 

Estábamos en la cocina mi madre, Josefina –viuda desde 2006 y quien sabe qué significa perder un hijo, cumplidos 80 años el pasado tres de noviembre– la tarde de este domingo, mientras escuchábamos, estupefactos, contritos, incrédulos, con el Jesús en la boca, las noticias en la radio sobre los 43 normalistas desaparecidos a la fuerza desde el 26 de septiembre, los 18 arrestados a consecuencia de la quema de la puerta  Mariana de Palacio Nacional, y las turulatas declaraciones del Terremoto Nacional,  quien se ufana de “mover a México”, durante una escala en Alaska rumbo a la China, con la misma indignación e incredulidad a todo discurso oficial que hace más de 40 días. Con el agravante del inconmensurable y criticado “ya me cansé” del Tío Lucas II –el de la Familia Addams–, Jesús Murillo Karam,  titular de la Pegerre, cuando deslizó que los estudiantes habrían sido incinerados, pues siguen las pesquisas.

 

En sentido estricto nada nuevo dijo. Pura parafernalia verbal. Mucho ruido y nada de nueces.

Y yo sí, ya me cansé del también Tío Lolo de lo que supuestamente hace o deja de hacer, porque conforme pasa el tiempo, sin tener certeza de lo que en realidad pasó con los jóvenes, más se despierta el enardecimiento del México bronco.

Realizábamos la preparación y recalentado de la comida, que cada vez me sabe más amarga –calabacitas con chicharrón; arroz con brócoli, papa, zanahoria y chicharos, frijoles bayos; y un guiso de queso panela con pimiento morrón rojo, cebolla blanca,  manteca y aderezo de pimienta.

Todo acompañado con guacamole y tortillas azules.

Quise imaginar que un ambiente así debe prevalecer en la mayoría de los hogares de México a consecuencia de la barbarie cometida en contra de los estudiantes, que se sumó a la ejecución extrajudicial de 22 presuntos delincuentes en Tlatlaya, Estado de México, a manos de soldados, en junio pasado y en el colmo de la desfachatez institucionalizada, la divulgación del reportaje sobre la llamada Casa Blanca, en Lomas de Chapultepec, en el Distrito Federal, de casi 95 millones de pesos a la que se irá a vivir la verdadera “Pareja Imperial”, una vez concluido el sexenio.

Pero se nos atraganta el dolor la rabia e impotencia que no pasamos ni con tragos de esperanza y quimeras, porque hay más de 120 mil mexicanos muertos, victimas y villanos, en la lucha contra la delincuencia hace casi siete años.

En un periodo similar, en los años 70s, la dictadura militar argentina, una de las más feroces del mundo del siglo pasado, dejó poco más de 30 mil muertos desaparecidos. 

Asesinar como divisa de cambio en contra de los desheredados de la fortuna.

Uno de los testigos de los hechos de aquel infausto día de septiembre, explicaba a la periodista Carme Aristegui, en su programa radiofónico-televisivo, cómo y por qué había sido desollado el rostro de uno de los jóvenes, cuya supuesta imagen círculo en redes sociales.

Sucede que osó escupir al rostro al policía que lo sometía.

Eso bastó.

No más.

A ese delirante delirio han llegado las fuerzas policiales. La sinrazón de la razón, que involucra a los miembros del Ejercito Mexicano.

Mirar y escuchar noticias fue una costumbre que heredó mi jefa de mi padre, José, de oficio chofer, el mejor conductor de autos y camiones foráneos de pasajeros que he conocido. Cuando manejaba, lo asocio ahora, era como si hiciera el amor: suave y con el volante y la palanca de velocidades, cuando se ponía elegante sólo la manipulaba con la yerma de los dedos y, eso sí, firme con los pedales.

Tres de sus reglas de oro: siempre manejar a la defensiva, tener una prudente distancia del carro delantero y nunca frenar en curvas.

Cuando escuchábamos la información sobre la quema de la puerta con más de 200 años de antigüedad y los 18 detenidos, todos liberados horas después, por asociación libre –como suelo hacer en mis terapias sicoanalíticas hace más de siete años– dije en voz alta que era una forma simbólica de incinerar el presidencialismo mexicano y quien lo representa.

Catarsis del inconsciente colectivo que no se justifica, pero se explica: quemar Palacio Nacional.

Colocar en una pira imaginaria, de leña verde, a Su Alteza Serenísima.   

Dicha imagen, que nunca mire en la televisión,  la vi por la previa noche en Facebook. Supongo que también circuló en las demás redes sociales. 

Fuego, insisto, como púrpura mortaja de la Dictadura Perfecta.

Río mi madre ante mi comentario.

Confirme aquello que dice uno de mis escritores preferidos: una verdad que no causa risa es mentira.

Hace alrededor de un año Josefina, cultora de belleza durante casi 65 años, que llegó a tener con tres estéticas simultáneamente en el barrio –las colonias Pensil y Anáhuac—en los años 60s, se convirtió en una especie de sicóloga sin título, cambió su criterio para ver y escuchar noticias a través de la telemierda.

Solía ver, siempre con actitud crítica, los noticieros de Lola Ayala, canal 2, de Paola Rojas, el 4, y de la abominable Adela Micha, el 9.

“Como decía mi mamá: soy sus pendeja, pero no sus taruga”, comentaba mi madre, malhablada,  pero siempre discreta y respetuosa de las formas.

Pero, a raíz de los acontecimientos de Tlatlaya e Iguala, así como del  movimiento de los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, más la nota sobre la “Casa Imperial”, se percató de la feroz manipulación informativa de Televisa.

Fue que descubrió gratamente el noticiero de Adriana Pérez Cañado, del canal 11.

“Aquí pasan información que en Televisa nunca dan”, afirma.

Aunque sigue viendo a Ayala, Rojas y Micha, espera, con cierta ansiedad, la información de Pérez Cañedo.

“Cuando menos para tener la película completa”, argumenta.  

Mi madre conoció y supo escuchar, por su oficio, el dolor de mujeres engañadas, frustradas, cultas, ignorantes, analfabetas, pobres en su mayoría, y una que otra rica –que llegaba de la exclusiva colonia Polanco— que vivió en carne propia cuando una de sus comadres fue amante de mi padre durante 20 años.

Fue una de tantas.

“No puedo faltar a mi palabra de hombre”, respondía, me platica mi madre, cuando cuestionaba sus infidelidades.

Como la mayoría de las madres no le cabe la indignación y el dolor en el cuerpo por el caso de los jóvenes normalistas desaparecidos.     

Se colgó una oscura sombra de duda de sus labios cuando escuchamos por la radio las palabras de Chavita, antes de llegar a la China, mientras movía la cabeza, desaprobando.

En sentido estricto condenó el uso de “esta tragedia” para “justificar” actos de violencia, durante una escala en  Anchorage, Alaska.

Forma vana sus palabras de referirse al incordio popular como si los casi 75 años del PRI, encabezados por los correspondientes presidentes de las República, en el poder, fuera eximidos de toda responsabilidad.

Síndrome de Pilatos.

O, peor aún, de Caín.

En un mensaje divulgado por la agencia oficial Notimex, ratificó que es “inaceptable” que alguien pretenda utilizar esta “tragedia” para justificar su violencia, pues no se puede “exigir” justicia a partir de actos como los ocurridos la víspera afuera de Palacio Nacional y la quema de la puerta de ese recinto histórico.

Por enésima ocasión su discurso sonó banal, sin sustento alguno, que lo ha caracterizado desde que asumió el poder dos años atrás. De por sí no ata ni desata y sus asesores no lo ayudan.

¡Dios nos ampare!

Y escupió para arriba cuando siguió su perorata: 

“Los mexicanos decimos no a la violencia. Ésta no es una expresión del gobierno, éste es un sentimiento genuino de la sociedad mexicana que dice no a la violencia; decimos sí a la justicia, al orden, a la armonía, a la tranquilidad; decimos sí a la aplicación de la justicia ante estos hechos atroces y abominables”.

Si hubiera –término que abomino— “justicia” el Ejército Mexicano, y el general Candela, Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional, estaría en el banquillo de los acusados, cuando menos llamado a comparecer ante los legisladores, por la forma en que se manejan sus “muchachitos”. 

Según el estólido Chavita, el salvador de México, este hecho tan lamentable (el caso de los normalistas) debe convocar a los mexicanos a un esfuerzo colectivo de reflexión para emprender un camino que permita mejorar aquellas instituciones del Estado que enfrentan debilidad.

¡Sácale las babuchas!, como dice mi madre, el único sólido, estoico, en este momento, es el pueblo.

Todas las “instituciones” –sobre todo las Fuerzas Armadas y la figura presidencial– están resquebrajadas hace más de 60 años y entraron en fase terminal tras la matanza del 2 de octubre de 1968 y el Halconazo del 10 de junio de 1971.

Los últimos sucesos son la gota que derramó el vaso.

“Pero hay que hacerlo”, dijo, “por la vía del diálogo, del acuerdo, de la aportación de ideas, y de una actitud propositiva. Y no mediante la violencia”, insistió.

Esa “aportación de ideas” históricamente, ha significado tortura, encarcelamiento, desaparición, muerte.

Por eso hay un temor generalizado, en  noticieros como el de Carmen Aristegui, de dar nombres cuando se habla con la verdad.

A mí no dejan de hacérseme yo-yo los calzones porque estoy consciente de que también puedo ser sujeto de la represión institucionalizada, por lo que suelo escribir en este espacio. Como muchos otros compañeros.

“Los mexicanos, hay que decirlo, estamos dolidos por lo ocurrido en Iguala, es un acto –a partir de la información que dio a conocer el procurador– abominable y atroz, que genera indignación y dolor”.

¡Sopas de perico!

Ni él se la creyó.

Expresó que el gobierno acompaña a la sociedad en este sentimiento de duelo.

“Ayotzinapa es un llamado a la justicia, es un llamado a la paz y a la unidad…”

Respondió, además a aquellas voces que sugerían que no asistiera a la gira de trabajo por China y Australia: 

“No hacerlo sería actuar con irresponsabilidad, porque se trata de foros que tendrán un impacto en el desarrollo y en el impulso a la economía del país”.

Añadió que quizá “lo más fácil, lo más cómodo, hubiera sido dejar de atender este compromiso, que es de México, no sólo del presidente”.

Porque “no atender las cumbres del G-20 y de la Apec”, dijo el presidente de los empresarios, “sería dejar atrás la participación de México en los foros más importantes que se dan en el mundo y que tendrán impacto en el devenir, en el desarrollo en la economía del país y en la generación de empleos”.

¡Cáspita!: habrá empleos son salarios de hambre para 70 millones de pobres, 11.5 millones que se mueren de hambre en este momento.

¿A qué le tiras cuando sueñas mexicasno?

Con este pesar en el corazón y el pensamiento mi madre y yo desayunamos,  comemos y cenamos todos los días, desde el pasado 26 de septiembre.

Y no veo el fin de la “presidencia imperial”.  

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