Columnaria
Juan Chávez
Cada quien, en la cúpula del poder, está declarando lo que cree es útil para la causa del presidente Peña Nieto.
Apenas en los días que corren, los altos mandos de las fuerzas armadas soltaron sus versiones sobre el terrible crimen colectivo de Iguala.
Sin que oficialmente la autoridad que tiene que decirlo (PGR), lo haya hecho, los titulares de Sedena y Semar lanzaron sus criterios al aire.
Para el secretario de la Defensa “fue crimen de Estado”. Lo declaró sin encabritarse, como el secretario de Marina que dijo que le causa enojo que los padres de las víctimas de Ayotzinapa estén siendo manipulados por intereses personales.
No existe –y en eso estamos de acuerdo con el influyente jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño—un manejo apropiado de comunicación social. Por eso, la desaparición de los 43 normalistas se disparó y sigue recorriendo el mundo como versión de un México dominado por la violencia y sus bandas de criminales.
Ni siquiera congruencia hay en las declaraciones de los señores del poder. No hay quien detenga la ola que pide la renuncia del Presidente porque lo consideran culpable del caso Iguala.
Va ser necesario un golpe de timón. Un manotazo que a mí me parece ya no se dará en estos días finales del año que muere y que deja como sombra para la historia: ese canallesco crimen.
Al Presidente debe urgirle recuperar la credibilidad. Las complicaciones de escándalo se le acumularon en los últimos 4 meses, incluida la casa blanca de su esposa Angélica Rivera. Por eso, el guantazo se impone.
La renuncia del Gabinete podría mejorar la crisis social… y evitar una crisis política. Urge un remedio… ¡pero ya! Sobre todo porque Peña es jefe de Gobierno y jefe de Estado, de acuerdo a la Constitución, aunque al titular de Sedena no le parezca.