Columnaria
Juan Chávez
El gran periodista, el gran escritor, ha muerto. Pocos como él. Integro y honesto a más no poder, en el oficio que se pierde y se hunde en las complicidades con los políticos para “fabricar” la impunidad.
Un par de veces tocamos el tema, y él me incluyó en un par de sus libros, en aquellas lejanas listas de los “embutes”.
Nada, le comenté en su tiempo, para hacer a un lado la amistad.
Conocí a Julio Scherer García en aquella ominosa y fastuosa bienvenida con que Adolfo López Mateos obsequió a John F. Kennedy, cuando a ambos mandatarios se les ocurrió que era bueno encontrarse en la ciudad de México.
Los tiempos, eran otros. ALM salpicaba a media humanidad con aquella, su recia personalidad, su gran palabra discursiva y la aureola que le coronaba más como patriarca que como misionero del poder presidencial.
Kennedy no cantaba mal las rancheras. Gozaba también de popularidad y por eso el populismo brilló desde que bajó del avión, del brazo de su hermosa esposa Jacqueline Kennedy.
Julio viajaba a mi lado, casi a ras de piso en el camión acondicionado para reporteros, fotógrafos y camarógrafos que se movía lentamente, al mismo ritmo que se abría paso en la valla multitudinaria, el carro descubierto en que viajaban ambos mandatarios.
¿Qué hago?, me inquirió Julio. Era la primera vez que Excélsior lo mandaba a cubrir la “nota de color”, como la bautizamos, a partir de aquellas que se aventaba Carlos Denegri para halagar a los mandatarios, desde los tiempos de Miguel Alemán.
“No te preocupes más de la cuenta. Busca, encuentra un detalle y de ahí cuélgate. Nadie te va a decir nada. Así le hacemos todos”.
Julio produjo una crónica de gusto exquisito. Era su brillante pluma la que hablaba por él.
Como director de Excélsior, me abrió la Redacción del que entonces era el primer diario de México. Pero no me atreví a abandonar El Nacional. Luego, cuando asumí la coordinación de comunicación de la LI Legislatura, nos encontramos una mañana en la esquina de Donceles y Bolívar (la antigua Cámara de Diputados).
–Voy a buscarte, le dije.
–No hay necesidad, Juan. Mientras tú estés al frente, no tocaremos a Luis M. Farías.
Ese era Julio, director entonces, de la revista “Proceso” que había fundado al salir de Excélsior.
Un gran amigo, alguien al que solo la amistad vencía, pero la amistad leal y desinteresada. Por eso, solo finalizo: ¡Adiós Julio!