La Costumbre del Poder
- Marcelo Ebrard seguirá viviendo en París, para esconderse de la justicia y, desde allá, negociar su impunidad
Pronto será políticamente incorrecto referirse a la CDMX como Distrito Federal. A partir de ese momento, a los -¿cuál será el gentilicio correcto que nos defina y caracterice?- que aquí nos tocó vivir habremos perdido parte de nuestra identidad y, entonces sí, quedaremos reducidos a mexicanos de 2ª.
Alguno -o algunos- tuvo la brillante idea de vendernos como prioridad número uno la necesidad de la reforma política del Distrito Federal, como si en ello nos fuera la vida y el futuro, cuando los problemas cruciales son otros, envueltos como presentes de los Reyes Magos para que no los veamos, y así quedaron ocultos la corrupción y la impunidad, la inseguridad pública, la ausencia de un transporte eficiente y seguro, la falta de transparencia en las políticas públicas y, como cereza en el pastel, un nuevo reglamento de tránsito confiscatorio.
Dos amigos me confiaron y confirmaron, ya, que desde hace dos años son víctimas mensuales de la extorsión o derecho de piso, en sus muy modestos changarros de Coyoacán. El asalto armado a edificios de la Condesa, disfrazados de desalojos; la confiscación de la dignidad y de la seguridad individual en los penales que dependen de la administración del gobierno de la ciudad; calles intransitables, por su mal mantenimiento y, para no olvidarlo, la certeza de que durante la próxima temporada de lluvias continuarán “los encharcamientos”.
Mientras todo lo anterior continúa, Marcelo Ebrard seguirá viviendo en París, para esconderse de la justicia y, desde allá, negociar su impunidad. En la Cámara de Representantes le jugarán al tío lolo, se transformarán en Congreso Constituyente -o crearán uno a propósito, con la peregrina idea de que nada cambie-, dejarán de ser representantes para convertirse en diputados y, como Zeus alumbró a Atenea, darán a luz la constitución local que, como la federal, o las de las entidades federativas, habrá nacido con el antídoto legal para evitar su cabal cumplimiento por parte de quienes asumen sus cargos públicos jurando cumplirla y hacerla cumplir.
Los delegados pronto tendrán la boca llena al convertirse en presidentes municipales, mientras los habitantes de esta ciudad continúan víctimas de las mordidas múltiples que han de pagarse, para vivir donde les tocó vivir.
Y los funcionarios públicos podrán administrar sus presupuestos sin mayor fiscalización y, mucho menos, rendición de cuentas, tal como se hace en las entidades federativas, lo que ha permitido que no pocos gobernadores amasaran fortunas jamás imaginadas.
Y, a todo esto, ¿cuál será el gentilicio de los mexicanos que vivan en la Ciudad de México?
Aunque claro, quizá el secreto está en que la ansiada constitución de la Ciudad de México incluiría la revocación de mandato y el referéndum, primeros pasos contra la corrupción y la impunidad. ¿Escuchará la federación?
