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Los juegos olímpicos despiertan ira, ansiedad e indiferencia entre los brasileños

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Manifestantes protestaron en la ruta de la antorcha olímpica en Río de Janeiro contra el gasto gubernamental destinado a las olimpiadas en vez de invertir esos fondos en el sistema educativo. CreditLalo de Almeida para The New York Times

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RIO DE JANEIRO — ¿Cómo se sienten los brasileños sobre su gran momento olímpico?

Lo primero que han manifestado es rabia: los protestantes le lanzaron piedras al portador de la antorcha olímpica que se aproximaba a Río de Janeiro.

Luego está la ansiedad: en medio de una ola de crímenes y el temor al terrorismo, se ha creado un juego de bingo para que la gente apueste por el día en que se producirá un ataque durante los Juegos Olímpicos.

Y también hay indiferencia: Globo, la cadena televisiva más grande de Brasil, no se molestará en transmitir las competiciones del domingo por la tarde así que mantendrá su programación habitual dedicada al fútbol nacional. Un número considerable de habitaciones de hotel no han sido reservadas, y las agencias de viajes han reducido los precios en un desesperado intento por atraer a más brasileños.

“Sólo pensar en los Juegos Olímpicos me da asco”, dice Ana Caroline Joia da Souza, de 21 años, una vendedora ambulante que ofrece dulces frente a una estación de metro en Río. “Nuestros políticos quieren engañar al mundo para que los extranjeros crean que aquí todo es maravilloso. Así que debemos dejar que los extranjeros vean la suciedad en la que vivimos y el dinero que se roban nuestros líderes”.

Casi dos tercios de los brasileños —un 63 por ciento— piensa que organizar las olimpiadas le hará daño al país, según una reciente encuesta de Datafolha. Sólo el 16 por ciento dijo que estaban entusiasmados con los juegos, mientras que el 51 por ciento expresó que no tenían ningún interés en las competencias.

El sombrío estado de ánimo que experimentan los brasileños marca un agudo contraste con el entusiasmo que mostraron en 2009, cuando Río ganó los derechos para ser la sede de los Juegos Olímpicos de 2016. En ese momento, Brasil estaba en la cima de sus triunfos con una creciente presencia en el escenario mundial, la inclusión de millones de personas pobres en la clase media y la consagración de su joven democracia, establecida en 1985 tras 21 años de gobierno militar.

Hoy los Juegos Olímpicos compiten con una desgarradora recesión económica y múltiples escándalos de corrupción que afectan a la clase política en general.

El país no tiene uno, sino dos presidentes: Dilma Rousseff, quien fue suspendida para enfrentar un juicio político que continuará desarrollándose durante las olimpiadas, y Michel Temer, el mandatario interino. Tanto Rousseff, una mujer de izquierda, como Temer —que se desplaza cada vez más hacia la derecha—, son muy impopulares en todo el país. Los votantes, de hecho, están furiosos con toda la clase política.

Algunos de los líderes que planearon estas olimpiadas como una oportunidad para que Brasil se proyectara a nivel internacional, como el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva —una de las figuras políticas más influyentes del país—, están sumidos en grandes escándalos.

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Un hombre, custodiado por efectivos de seguridad, corre con la llama olímpica en Río de Janeiro.CreditLalo de Almeida para The New York Times

Da Silva está a punto de ser enjuiciado por obstruir la investigación sobre una colosal trama de corrupción establecida en Petrobras, la empresa petrolera nacional.

Los escándalos suceden en un contexto de crisis económica: la tasa de desempleo subió a 11,3 por ciento en julio, en comparación con el 6,5 por ciento de finales de 2014. Las empresas han despedido a miles de trabajadores.

Río de Janeiro, una ciudad que hace pocos años se jactó de tener una economía fuerte alimentada por los descubrimientos de yacimientos petrolíferos, ahora es el epicentro de la peor crisis económica de Brasil. Lucha para poder pagarle a los funcionarios y pensionistas luego de haber desaprovechado la bonanza de las regalías del petróleo. Los dirigentes del Estado de Río de Janeiro recientemente declararon un “estado de emergencia” debido al colapso de las finanzas públicas.

El periodo previo a los juegos estuvo marcado por una larga lista de fracasos como las protestas por los desalojos forzosos, quejas sobre robos y problemas de plomería en la nueva Villa Olímpica. No es raro que el historiador británico David Goldblatt haya clasificado a los preparativos brasileños como uno de los peores en la historia olímpica.

En un esfuerzo por reforzar la seguridad durante las olimpiadas, el gobierno federal ha desplegado miles de tropas para patrullar a Río de Janeiro. Pero los críticos dicen que la incorporación de soldados provenientes de las ciudades devastadas por la violencia en el noreste de Brasil podría desatar la actividad delictiva en esas regiones.

A causa de ello, las autoridades cambiaron sus planes esta semana yenviaron a más de 1000 soldados al estado de Rio Grande do Norte, en el noreste del país, con la esperanza de calmar los ataques de una banda que desde la cárcel coordina los asaltos en espacios públicos y autobuses.

Sin embargo, algunos sostienen que los Juegos Olímpicos son lo que Brasil necesitaba para salir de la depresión. Los que están a favor dicen que la narrativa olímpica supone una escalada de tensión antes de los juegos, que será remplazada por la emoción de las competencias deportivas. Otros dicen que el país tiene que dejar de quejarse y empezar a disfrutar el espectáculo.

“Todo el mundo quería que los juegos se celebraran aquí cuando ganamos la sede, todas estas críticas son hipócritas”, dice Cleide Correa, un corredor de bienes raíces de 72 años, en Río de Janeiro. “Por supuesto que gastaron mucho dinero para organizarlos, pero eso pasa en todos los países. Pese a toda esta situación tenemos que hacerlo bien”.

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Un hombre lleva la antorcha por las calles de Río de Janeiro el miércoles. Solo el 16 por ciento de los brasileños se muestran entusiasmados por las olimpiadas, mientras que un 51 por ciento dicen que no están interesados. CreditLalo de Almeida para The New York Times

Eduardo Paes, el alcalde de Río de Janeiro, ha ligado su suerte política a la organización de los juegos y sostiene que el sentimiento negativo en torno a las olimpiadas se debe, en gran medida, al “complejo de perro callejero”, que es un término usado por el dramaturgo Nelson Rodrigues para describir el complejo de inferioridad que sienten los brasileños al compararse con otros países.

La posibilidad de que los Juegos Olímpicos se conviertan en una distracción de los problemas que viven los brasileños puede verse afectada por la historia olímpica del país. Brasil nunca ha ganado una medalla en los juegos de invierno, y podría conseguir el menor número de preseas que haya ganado cualquier país anfitrión en la historia de los juegos de verano.

Es raro que los anfitriones queden fuera de los 10 primeros lugares del medallero, pero Brasil nunca ha alcanzado un lugar superior al 15º. En los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, los atletas británicos ganaron 65 medallas, lo que generó una oleada de orgullo nacional.

Brasil, cuya población es tres veces mayor que la del Reino Unido, solo ganó 17 medallas en Londres. Fue la mayor cantidad para Brasil, pero solo ascendió al puesto número 15 entre los países competidores y quedó empatado con España.

Algunos brasileños esperan que la ventaja de ser locales, y los cientos de millones de dólares invertidos para mejorar los programas deportivos del país, puedan elevar el número total de medallas hasta 30 para que el país quede entre los primeros 10.

Podría recibir un impulso en algunas disciplinas como el vóleibol, el judo y la vela, que son deportes en los que los brasileños han destacado. En cuanto al fútbol, el estado del equipo nacional masculino sigue siendo un tema delicado, después de su humillante derrota frente a Alemania durante el Mundial de 2014, el último gran evento deportivo celebrado en Brasil.

El malestar brasileño ha causado que algunas personas discutan sobre expectativas más realistas.

“Resulta claro que no estamos preparados para proyectar la imagen de un país poderoso y eficiente”, dijo Fernando Gabeira, político y escritor.

“Tal vez podamos mostrar cómo estamos empezando a salir de nuestro desastre económico, político y moral”, dijo Gabeira. “Podríamos ser como esos atletas que logran terminar el maratón con la lengua afuera, a punto de desmayarse. Pero llegan a la línea de meta”.

 

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