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Si me chingas te chingo

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Columnaria

Juan Chávez

El más puro pragmatismo es así. No se requiere de una medida para calificarlo. Ni es chico ni es grande. O “enorme”.

Es simple, además, en lo más coloquial de los conceptos que los mexicanos manejamos todos los días y a cada momento para definirnos y definir los actos de cada instante de la vida.

Por eso, es simple:

Si me chingas, te chingo.

Es como hay que entender  lo que el presidente Peña Nieto sostuvo en Puebla, ante el foro de la Cumbre Mundial de Negocios  que clausuró este martes 15 de noviembre.

Ahí precisó que en las negociaciones con el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, se actuará “con enorme pragmatismo”.

El pragmatismo es un método filosófico divulgado por el psicólogo estadounidense W. James junto con F. C. S.  Schiller, J. Dewey y G. H. Mead, según el cual el único criterio válido para juzgar de la verdad de toda doctrina debe fundarse en sus efectos prácticos.

El diccionario común señala al pragmatismo como modo de pensar y actuar que se fija sobre todo  en las consecuencias prácticas de los hechos.

Queda  claro, entonces, que según el sapo es la pedrada.

Ya en los terrenos estrictos de la teoría pragmática, es “la habilidad de respuesta”, la aplicación de medios de destreza y echar andar, más que nada, el empirismo o sea la experiencia sensible como única base de los conocimientos y actos consecuentes.

Doctrinalmente, pa’pronto, es la actitud en la que “lo cierto es lo que funciona”, algo que, nacido también  en los Estados Unidos a impulsos de Benjamín Franklin para abandonar “todos los lazos conservadores europeos” constituye  el  discurso de odio que  Trump sigue esgrimiendo.

Visto el pragmatismo como lo que es,  Peña Nieto  ha establecido que con su propia receta, México se apresta a responder al desubicado y “mentiroso”, como la prensa de su país lo considera. Es decir, le endilgará toda la filosofía promovida por James y Franklin.

Trump es un conservado de peso completo que  está envuelto  en papel  celofán.

Y no hay que esperar más. Los tiempos apremian. Ahora, y no hasta el 20 de enero en que Trump toma posesión, hay que ponerle las peras a peso. Es decir, responderle también a chingadazos.

No bastan acciones de buena voluntad o las de carácter informativo como las once puestas en marcha  por la secretaría de Relaciones Exteriores.

Hay que actuar. Los mexicanos, todos, lo exigen. Hay que endurecer, como el ex canciller Jorge Castañeda lo ha establecido, las reglas migratorias mexicanas. Esto es, que ante la deportación de migrantes, Trump demuestre su nacionalidad, que se trata, efectivamente,  de  mexicanos. Es una práctica en todos los países, adoptada después de la II Guerra Mundial, menos en México.

Para proteger a los mexicanos que se joden del otro lado del río Bravo y con sus millonarias remesas mensuales son los más grandes apoyadores de la economía nacional, hay que hacer eso y modificar la Ley de Migración mexicana.

Al fin de cuentas, conseguir los papeles demostrativos de que los deportados sean  mexicanos, le toca a Estados Unidos conseguirlos.

Pero ¡ya! Hay que gritar una y otra vez “Mexicanos al grito de guerra”.

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