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Perfiles Políticos 

Francisco J. Siller 

Pocos saben o han escuchado de la llamada “Doctrina Breibart”. Quizá sea más común referirme a ella como el método aplicado por Cambridge Analytics en las pasadas elecciones de los Estados Unidos o el caso del Brexit en Gran Bretaña. Pues bien, el principal promotor de ella es Steve Banon, cofundador de Breibart News un sitio de extrema derecha. 

 

Y porqué sale el tema: “Si quieres hacer cambios profundos en la sociedad, primero hay que dividirla”. Curioso es el paralelismo con la actual política mexicana. Desde hace varios años como preludio a la elección en la que Andrés Manuel López Obrador ganó la Presidencia de México –no de la República, de México–, el tabasqueño se dedicó a polarizar a la sociedad mexicana. 

Años en los que nadie imaginaba lo que ocurriría ese 1 de julio de 2019. Y mucho menos que ocurriría a partir del 1 de diciembre, tras la transmisión de poderes ante el Congreso de la Unión. El panorama cambió. Las corrientes ideológicas de izquierda, centro y derecha se eliminaron por decreto. 

A partir de ese momento solo existieron para el nuevo mandatario, los buenos –aquellos que lo apoyan– y los malos –los adversarios, los conservadores–, curiosa definición. Se borró de un plumazo la historia de la lucha comunista, la de la izquierda, la de la derecha y de los centristas, ni se diga. 

Hoy como en 1857 los liberales de López Obrador son transformadores, son progresistas. De ahí que transformar es destruir. Acabar con las instituciones, para hacerlas renacer, sin tomar en cuenta lo plausible y a la sociedad dividirla, para lograr ese cambio sin mayores obstáculos, pero sobre todo, con toda la intención de sostener la proclama de ser un gobierno antineoliberal. 

Pero Andrés Manuel López Obrador no es Juárez, ni el México de hace 162 años es el mismo de ahora. No hace comparación, más que la fraseología usada por el presidente en sus conferencias mañaneras y en sus discursos. Él ve y aplica una versión simplista de un enfrentamiento entre liberales y conservadores. 

Encasilla a cualquiera que alce la voz para criticar u oponerse a sus deseos. Son conservadores, son reaccionarios. No escucha las razones de sus adversarios, ni se detiene a pensar si éstos tienen la razón. Y parece ser que lo mismo ocurre con su gabinete y asesores. 

Tenemos un presidente que piensa y actúa en consecuencia. “Sus deseos son órdenes”. Basta expresar una idea para que sea replicada sin tomar en cuenta las consecuencias. No quiere un aeropuerto, si quiere una refinería. Estancias infantiles, para eso están los abuelos y la lista puede ser tan larga como le dé la imaginación. 

Hoy su grave problema está en unir lo que desunió durante los últimos años. Rompió el espejo en el que se reflejaba la realidad nacional. Ahora buscará pegarlo, pero no será el mismo y la nueva realidad que refleje estará distorcionada. Ya nada será igual. 

No dudo que López Obrador sea un hombre bien intencionado y que llegará el momento en que se comporte como un verdadero estadista. Eso es lo que requiere México. Un presidente al que no quede grande la silla. Esa que despreció Emiliano Zapata, aquel 6 de diciembre de 1914, por representar aquello contrario a la Revolución Mexicana. 

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