Los gobernadores y alcaldes continuaron hablando sobre lo que muchos ven como una respuesta federal inadecuada, ya que los profesionales médicos pidieron más equipo de protección. Y el senador republicano de Kentucky, Rand Paul, se convirtió en el primer senador de los Estados Unidos en dar positivo por el virus, pero se enfureció por ir al gimnasio del Senado mientras esperaba los resultados de su examen.
Todo está planteando preguntas reales sobre si Washington puede cumplir este momento tan crítico, único en la historia de Estados Unidos. Y es un recordatorio de que la fe de los estadounidenses en su gobierno, y en las otras instituciones que enmarcan nuestra sociedad, ya se ha ido erosionando.
Hasta el año pasado, menos de la mitad de los estadounidenses dijeron que tenían mucha fe en la presidencia de la nación (38 por ciento), la Corte Suprema (38 por ciento), el Congreso (11 por ciento), las grandes empresas (23 por ciento), periódicos (23 por ciento), noticias de televisión (18 por ciento), religión organizada (36 por ciento) y bancos (30 por ciento).
Además, la confianza en cada una de esas instituciones ha disminuido significativamente desde 2001, tal vez la última vez que el país enfrentó un momento que exigía con tanta urgencia la unidad nacional.
La buena noticia: al menos antes de que llegara el virus, la mayoría de los estadounidenses seguía expresando su fe en las pequeñas empresas, médicos e investigadores, y en los demás para cooperar en una crisis, incluso si no están de acuerdo en cuestiones políticas.
En momentos de emergencia nacional, los líderes políticos piden sacrificio colectivo, unidad y confianza. Pero, ¿cómo va eso cuando la confianza en ellos ya es tan baja?
¿Y qué significa eso para la capacidad de nuestra democracia de seguir funcionando normalmente, desde el Censo hasta las elecciones de 2020?
Muchas interrogantes, y mucha falta de respuestas inmediatas.