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Unidad Necesaria

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DE FRENTE Y DE PERFIL 

RAMÓN ZURITA SAHAGÚN 

Los tiempos de la pandemia del COVID-19 o coronavirus son los idóneos para que una población se una y deje de lado la discordia, los odios, rencores y venganzas, para reunir fortaleza, solidaridad, apoyo y se establezcan las reglas de una buena convivencia.

 

No son tiempos para revivir rencillas, echar en cara asuntos del pasado, incitar a las pugnas, discutir ideologías o dirimir asuntos políticos.

A diferencia de otros países en que la población decidió sumarse alrededor de sus autoridades, en México, las diatribas son cada vez más fuertes y los ataques de los unos a los otros se hacen más recios.

No se comprenden las cosas: el gobierno federal mantiene sus reclamos y se desgasta en señalamientos y acusaciones de todo tipo, mientras que desde los gobiernos estatales, crecen las exigencias y en medio queda una población que advierte que entre dimes y diretes, sus necesidades no son atendidas y el riesgo de los contagios aumenta en forma considerable.

Hay acuerdos del gobierno con los hospitales privados para la atención de enfermos provenientes del sector público, para dedicar los espacios de los nosocomios del sector salud a los enfermos de coronavirus. Se compran insumos en el extranjero para saciar demanda, se afirma que fueron entregados a los ramos correspondientes y la respuesta es que no llegaron o si lo hicieron son de pésima calidad, por lo que son devueltos.

Gobernantes de los estados desarrollan sus propias estrategias, sin seguir las normas dictadas desde la instancia federal. Unos más que otros proyectan sus planes en grupo y hasta recurren a reunir a sus colegas de la misma ideología para aumentar sus exigencias.

Desde los medios se alerta que la estrategia del gobierno federal no es la que corresponde a una emergencia de este tipo y se demanda establecer un programa de contingencia adecuado que impida que la nación se vaya al barranco terminada la emergencia, cuya conclusión no se sabe hasta cuándo terminará y que saldo dejará.

El país parece hundido en un maremágnum de soberbia, altivez, altanería, engreimiento, desobediencia, pedantería y orgullo, en que nadie quiere reconocer su equivocación.

Nadie cede un milímetro de sus posicionamientos: gobierno federal, gobiernos estatales, medios, iniciativa privada y redes sociales en poco contribuyen a tranquilizar a una población que vive con el “Jesús en la boca”, que es conminada a recluirse en sus hogares, pero que no pueden hacerlo a consciencia, ya que en su gran mayoría deben salir a trabajar diariamente para el sustento familiar.

En el pequeño conglomerado que tiene la fortuna de poder seguir las reglas sanitarias dictadas en la emergencia  y que cuentan con la posibilidad de esperar mejores tiempos al término de la emergencia se dibuja el pánico y la incertidumbre, sobre lo que se vive y lo que se avecina.

Sin embargo, la gran preocupación es el grueso de la población que además de lidiar con la emergencia sanitaria y el riesgo de contagiarse, lucha contra la pérdida de empleos e ingresos y el quedar en manos de los subsidios gubernamentales que no alcanzan para demasiado.

Dentro de toda esta problemática saltan los profesionales de la medicina, el sector más solidario y el que, sin importar consecuencias procura la atención de los enfermos, dejando sangre, sudor y lágrimas en su intento, sin recibir una justa retribución a su esfuerzo y soporta reclamos, agresiones, insultos en el ejercicio de su profesión.

Ellos marcan el ejemplo de lo que debe ser.

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