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Ten trapito

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Agora Política

Jesús Yáñez Orozco

Ropa: costosa coraza de cristal de políticos mexicasnos. ‘Máscara’ de papel. Ostentosas prendas que paga un pueblo muerto de hambre: corbatas, calcetines, trajes, zapatos cinturones, ropa interior. Todo de marca que deja marcada, oscura mácula, a una nación.

 

Se convierte en una insignificante significación a estas alturas del partido, donde los mexicanos no pedimos queso, sino salir de la ratonera –y no es alusión de loa Ratones Verdes Tullidos que irán a dar pena al mundial de Brasil.

Nadie, obvio, usa mezclilla. Porque simboliza al pueblo y es sinónimo de honestidad, transparencia.  

Ya no digamos que usaran calzón de manta. Porque olvidan que representan a muchos de los 15 millones de indios en el país.

Por eso, desde hace algunos años, es más popular protesta la política mediante desnudos que escandaliza las buenas conciencias de centros, derechas e izquierdas. Muchos querrán quemarlos en leña verde o pensarán que se les botó la canica.

Nada qué ver.

Ahí está el inédito caso del diputado del PRD, Antonio García Conejo. Se desnudó y quedó en chones, frente al Pleno de la Cámara de Diputados que se instaló en un recinto alterno en el mismo Palacio de San Lázaro. Protestó por el despojo que hicieron los legisladores al aprobar la reforma energética, el 12 de diciembre pasado.

Su imagen, en ‘cueros’ frente al micrófono, dio la vuelta al mundo en fotografías y video en menos que cantó un gallo.

Al hacer uso de la tribuna para presentar las reservas al dictamen de la minuta que contiene reformas constitucionales a los artículos 25, 27 y 28, argumentó:

De nada han servido las privatizaciones que se han hecho a los ferrocarriles y a Teléfonos de México, que además han generado al hombre “más rico del mundo”—aunque no mencionó por su nombre a Carlitos Slim Helú.

En el Auditorio “Aurora Jiménez Palacios” del Edificio E de este recinto legislativo y ante las críticas de los diputados presentes argumentó que no le daba vergüenza desnudarse, al momento que se despojaba de la ropa.

“Que se han creído ustedes diputados y diputadas de Acción Nacional y del PRI, para venir aquí a desobedecer el mandato que se les confirió”.

Eso, puntualizó, “se llama traición a la patria, aquí en este recinto, en este Palacio ustedes protestaron guardar y hacer guardar la Constitución Políticas de los Estados Unidos Mexicanos, y la están violando flagrantemente” dijo.

“…sí, sí, solamente me queda esto?” indicó, refiriéndose a su trusa con una mirada fugaz.

Quizá se piense que desnudez es sinónimo  de fragilidad humana. Más, según este agorero, es todo lo contrario: refleja una fortaleza de la que carecen los hombres del poder: amor por su pueblo.

Porque dice aquella máxima: un político pobre es un pobre político. Y hay que ser ostentoso con el dinero del pueblo. Sea del sino político que sea: tricolores (Ratones Verdes Emperifollados), azules, verdes, amarillos…

Es la misma “mielda, hermano”, afirmaría un cubano, digamos Fidel Castro.

La percha es fundamental. No importa que den al pueblo, políticos y legisladores, atole con el dedo. O liebre por gato, a la hora de legislar, siempre a espaldas del pueblo. Ahora lo harán durante la justa mundialista, el junio próximo. Poca gente estará al pendiente de que harán o dejarán  de hacer a través del Canal del Congreso.

Gustan y gastan, salvo excepciones, de ropa de marca y que sí deja marca en el sentimiento de desamparo nacional: Ferragamo, Dolce & Gabbana, Burberry, entre las principales.

Vale la pena retomar un texto publicado el 9 de junio de 2011, de la revista Chilango, firmado por  Fernando Delmar, cuando Su Alteza Serenísima era Gobernador del Estado de México. Refleja el dispendio con que se manejan los hombres del poder en México, empresarios, políticos, actores y cantantes:  

Era una vitrina adornada de varios relojes con dos características básicas: una bandera y un nombre.

¿Quiénes eran los personajes celebrados? Clientes que habían gastado (según el camarógrafo) al menos 2 millones de dólares en la tienda.

La polémica se desató cuando el informante improvisado filmó algunos de los nombres enlistados bajo la bandera mexicana:

Cristian Castro, Carlos Slim Helú, Roberto González Barrera, Miguel Alemán Velasco, Carlos Hank Rhon, Carlos Peralta Quintero, Jaime Camil, Alejandro Fernández y… Enrique Peña Nieto.

La comunidad cibernética no perdonó al gobernador mexiquense, por sobre todos los demás.

 Pronto salió un comunicado por parte de Peña Nieto que leía:

“El gobierno del Estado de México desmiente categóricamente las versiones difundidas por algunos medios de comunicación en el sentido de que el gobernador Enrique Peña Nieto es ‘cliente frecuente’ de la tienda de ropa Bijan de la ciudad de Los Angeles, California, Estados Unidos de América. Más aún: ni siquiera conoce el establecimiento referido”.

A su vez, la tienda de ropa dejó en claro que era falso de toda falsedad que el priísta fuera cliente asiduo, que nunca había pisado el establecimiento de Rodeo Drive y que “la ventana con los relojes y los nombres es un ‘saludo’ al buen gusto, estilo y poder de los hombres, es solamente para mostrar respeto y honor para ciertos caballeros alrededor del mundo”.

A saber.   

El asunto es que todos hablan de Peña Nieto y el escándalo y pocos hablan del diseñador e imperio modístico que implica Bijan, cuyos clientes confirmados incluyen a George Bush, el Príncipe Carlos, Arnold Schwarzenegger y Tom Cruise.

Cuando los hombres del poder dicen “no” es que “sí”, y cuando dicen “no”, es que “sí”. Es una de sus principales camaleónicas características.

Por eso, es creíble la versión Chilanga.

Obvio: a los políticos no muerde ni remuerde la conciencia: cuántos de los 11.5 millones de compatriotas que se mueren de hambre en este momento podría llevarse un mendrugo a la boca con lo que cuesta una corbata o uno de sus calzones. 

En el humor involuntario políticos han llegado al exceso de adquirir ropa blindada.

Que, claro, no pagan de sus salarios.

Porque muchos personajes de la vida política nacional creen que la corbata quita lo pendejo. Creen, falacia pura, que les da estatus con respecto del resto del pueblo.

Y tengo el nombre en la punta de los dedos, pero el caro lector sabrá a quién o quiénes me refiero. Que, neta, son, además de él, un titipuchal: 500 diputados y 128 senadores, más secretarios de Estados y buena parte de la jerarquía burocrática.

Sin mencionar a los dispendiosos líderes sindicales, como el de los petroleros, Carlos Romero Deschamps.

Eso, un famélico trapito, la corbata, es lo que da valor a un político. De ese tamaño es su inteligencia  (sic), solidaridad, calidad humana y sentido común para revolver la problemático social y económica de sus representados.

Sin ella, dan la impresión de sentirse desnudos.   

Para darse “baños de pueblo” suelen desprenderse de sus costosas prendas y echar mano del pantalón de gabardina, eventualmente, mezclilla. No vaya a ser que se les olvide el inglés. Ahí están las imágenes televisadas hasta el cansancio en los noticieros de la telemierda, telementira, telepatria duopolica, Televisa-TV-Azteca.

Viene a mi mente, en contraste, como un haz de luz, la imagen austera del presidente José Mújica, Uruguay.

No le hace tanto a “la mamada”, dirían en mi barrio, para ejercer con eficacia el poder, como los políticos mexicanos, desde su Alteza Serenísima hasta el legislador al que sólo conocen en su casa.

O que sólo va a roncar a su curul.

Que yo recuerde, jamás he visto al mandatario sudamericano con el trapito adosado al cogote. Incluso, cuando miro la foto donde aparece con Chavita, el Salvador de México, imagino si solo la corbata de éste costaría toda la sencilla vestimenta de Mujica.

Y nomás para tomar conciencia de la importancia que tienen las ropas en el ejercicio del poder de quienes las portan, me remito a un pasaje del celebérrimo Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, cuando se refiere a la explicación, “gran descubrimiento”, de un astrónomo turco, en 1909:

“Pero su vestimenta no inspiró confianza al público y nadie le creyó… El astrónomo volvió a dar noticia de su descubrimiento en 1920, y como lo hizo con un traje muy elegante, aquella vez todo el público estuvo de acuerdo con él”.

Ese es un pequeño botón de muestra de lo que representa la ropa entre la jerarquía política-económica del país.

Algo así de que el que traga más saliva come más pinole. El que viste con las ropas más caras tendría más poder y más ‘verdad’.

 Aunque sea un ignaro, que confunde las capitales del país y desconoce los títulos de tres, entre otros de sus históricos lapsus (sic), más lo que se acumule esta semana.   

Contrasta que en tribus de Asia, Africa y la Amazonia, existen donde inclusos los jerarcas andan desnudos. Los distingue sólo un tatuaje, un bastón de mando o un penacho. Suelen vestir sólo taparrabo.

No más.

Una crónica del escritor estadounidense Mark Twain de su libro Atiimperialismo, Patriotas y Traidores, editorial Sol90, editado a principios de siglo pasado, también da cuenta de cómo vivían los habitantes de las Islas Sándwich, ahora conocidas como Hawai, de enero de 1873, donde detalla que la gente acostumbraba ir en ‘pelotas’.

Porque aunque la mona aunque se vista de seda, mona se queda.

Ahora nos queda de consuelo decirle mentalmente a “nuestros” políticos, hombres y mujeres: “ten: trapito”.

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Twitter y Facebook: @kalimanyez

(Contacto también para la publicación de Agora Política y Agora Deportiva en prensa escrita, radio y tv)

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