Así de fácil
Juan Chávez
En eso del celibato de los sacerdotes de la Iglesia Católica, que “no es dogma”, siento que la prensa, toda la prensa del mundo “patinó” y no entendió o comprendió la declaración del Papa Francisco sobre el espinoso tema.
Pienso que el Obispo de Roma, lo que dijo en la entrevista a bordo del avión en que viajó de Jerusalén a Roma, fue que precisamente por “no ser dogma, la puerta siempre estará abierta”.
Algunas agencias establecieron en sus notas que dejó la “puerta entreabierta”.
Es una interpretación, finalmente, más cerca de lo que a mí me pareció. La puerta está abierta sí, para que por ella salgan los clérigos arrepentidos y renuncien a su voto de castidad para casarse o simplemente “arrejuntarse” con una mujer.
Quieren sexo, que lo hagan, pero fuera de oficiar misa en los templos de esa religión que tiene dos millones 300 mil creyentes en el mundo.
Jesús, declarado el Hijo del Hombre, no fue célibe. En los antiguos tiempos que vivió, en el antiguo Israel, sí se era célibe se convertía en eunuco. Era no solo la tradición, sino la ley mosaica la que así lo imponía.
La mujer debía contraer matrimonio por ahí de los 14 años; el hombre, hacia los 20. El propio Moisés, Abraham y otros grandes actores del Antiguo Testamento no fueron célibes. Abraham mismo le pidió a Dios tener un hijo, no obstante que ya cabalgaba en los 100 años y su esposa Sara en los 90.
Sara, estéril, junto con su esposo, le demandaron el milagro al Todopoderoso, pero la larga espera la llevó a ella a autorizar a Abraham a tener sexo con su esclava consentida, para que tuvieran un hijo. Este fue Ismael, que los árabes hicieron suyo. Pero Dios le cumplió finalmente a la pareja que salió de Ur en el milenario peregrinaje hacia la tierra prometida, y tuvieron un hijo, Isaac, que comandó a las 12 tribus en eso que se conoce como la leyenda del judío errante.
La cele-ismo fue impuesto hacia el siglo XVI, como un convencionalismo de un catolicismo que temió al atesoramiento de fortunas por parte de los curas para dejar herencia a los hijos, entre otras razones.
En los tiempos que corren, sin ser dogma, es obligación al asumir como carrera el sacerdocio y al recibir los votos, comprometerse a mantenerse célibe. La puerta pues, no está abierta.