La deuda pública y privada externa de México, así como la interna, es el instrumento de un proyecto político, no diseñado por los mexicanos, aunque sí cumplimentado por ellos.

     Cuando Gustavo Díaz Ordaz entrega la silla del águila a Luis Echeverría Álvarez, en números redondos la deuda pública externa era de 5 mil millones de dólares; LEA la hizo crecer seis veces; Jolopo se desfondó, y MMH hizo lo que hubo de hacerse para que el país no se le deshiciera en las manos.

     Hemos pagado intereses y adelantos de la deuda; el error de diciembre obligó a Zedillo a endeudar más al país aunque, es justo reconocerlo, lo que él solicitó a William Clinton lo pagó antes de ceder los trastos de la faena a Acción Nacional.

     Ahora México es un exportador neto de capitales, de su ahorro. Las matrices de las instituciones bancarias que operan en el país, reportan más ganancias netas de sus sucursales mexicanas que de cualquier otra parte del mundo, gracias a la comprensión de nuestro gobierno; ese ingreso va donde el neocolonialismo económico, ejercido con propiedad, lo indica: a su metrópoli.

     Por qué extrañarse, entonces, de que la carga de la deuda gubernamental en México crezca en una dinámica que resalta la erosión del margen que tienen las finanzas públicas para afrontar choques, como los representados por la caída en el precio del petróleo o la volatilidad financiera internacional, como lo aseguró Fitch Ratings.

     De acuerdo a los datos de SHCP, el conjunto de obligaciones de deuda del sector público es de 8 billones 633 mil 480.4 millones de pesos, cantidad que equivale a 45.7 por ciento del PIB. En los tres años transcurridos desde el inicio de la actual administración, las obligaciones del sector público crecieron el equivalente de 10 puntos del PIB, dado que en diciembre de 2012 lo que se debía correspondía al 35.8 por ciento, todavía con datos de Hacienda.

    Por nota de La Jornada nos enteramos de que “otro aspecto de la vulnerabilidad identificado por Fitch fue el relacionado con la participación de inversionistas extranjeros como poseedores de los bonos que emite el gobierno federal en el mercado financiero local para financiarse. En los últimos años, tanto el flujo como la participación de extranjeros respecto del total fue en aumento debido a que aquí se pagaban tasas de interés más elevadas que en Estados Unidos. En diciembre pasado, el banco central estadounidense elevó la tasa por primera vez en una década, lo que generó en los mercados internacionales la expectativa de un retiro de inversiones en bonos de países emergentes, para trasladarse a inversiones en dólares”.

     Como puede constatarse, el espacio para el optimismo, por más entusiasmo que se le ponga, es reducido.