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Chapó a Tata Nacho

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Agora Deportiva

Jesús Yáñez Orozco

Ante Don Ignacio Trelles Campos hay que decirlo sin rubor alguno: “chapó” –quitarse el sombrero–. Y decirle Tata –padre, maestro, abuelo– Nacho es apenas una pátina verbal-escrita de justicia deportiva. Cuando faltan menos de tres años para llegar al centenario, 79 de ellos ha dedicado al futbol. Nació el 31 de julio de 1916, en Guadalajara, Jalisco. Primero jugador y, luego, entrenador, así se le llamaba antes al director técnico. Por eso, sus 15 títulos –siete de ellos de la liga local, récord que se antoja casi imbatible– e internacionales, lo convierten en tlatoani del balompié mexicano.  

 

Se define “rebelde” ante todo lo que considera injusto. Reconoce en este deporte el “pan y circo” del poder que requiere mantener adormecido al pueblo. Incluso su humor negro, ácido, corrosivo hasta la médula –salidos de las novelas de Jorge Ibargüengoitia—lo convirtieron en un referente obligado no sólo del deporte nacional, sino social y político. Sin duda.

Palabras lapidarias las suyas. Burbujeante agilidad mental y agudo sentido común. Siempre ha demostrado que tomó cursos de doctorado en la universidad de la vida, pues apenas realizó la educación elemental. Y realizó un diplomado de ñerez en el barrio de Tacubaya.

“Una verdad que no provoca risa es mentira”, dice el escritor marroquí Tahar Ben Jelloum, autor de una veintena de libros, extraordinarios la mitad devorados, hasta el momento, por este agorero. Luego, entonces, Don Nacho, por lo general, tiene razón. Deja turulatos, casi siempre, a los reporteros.  Aunque hay quien lo desdeñaba por su agudo ingenio. “El cachuchas”, llegaron a apodarlo por su inseparable corra que se encasqueta hasta la fecha.

“Es el último eslabón de mi carrera futbolística”, dijo Trelles con su irremediable acento chilango el pasado viernes, durante la ceremonia en la que recibió la Medalla Anáhuac al Deporte 2013, otorgado por la universidad de ese nombre, en la Ciudad de México.

Durante dicho homenaje se dijo muy honrado de estar ahí, en el auditorio de un recinto del saber, “porque yo nunca fui bueno para la escuela”, soltó entre risas. Duele verlo apoyado en una andadera metálica. Pero reconforta pensar que es por el cálido peso de su historia y no la fría lápida del tiempo.

Pellizcan el corazón sus palabras cuando reconoce que está cerca su muerte. Aunque no  menciona por su nombre a esa infausta señora. Dice que le queda menos tiempo de vida. Mientras seguirá dando lata a los zares balompédicos. Rechaza una y otra vez ser “leyenda” del futbol nacional.

Tiene la marca del máximo número de partidos dirigidos: mil 83, con 463 victorias, 319 empates y 301 derrotas. Jugó 14 años: Necaxa, América, Monterrey, Vikingos –en la primera liga semi profesional de los Cara Pálida en 1946. Por encuentro recibía 50 dólares. Cuando militaba con Atlante, en 1948, el guardameta del equipo Marte, de apellido León, apodado Pulques, de un zarpazo le fracturó tibia y peroné de la pierna derecha: acabó con su carrera deportiva. Ambos habían sido compañeros en el Necaxa. Su primer salario fue de 75 pesos.

Dirigió a Zacatepec, Marte, América, Toluca, Cruz Azul, Universidad de Guadalajara, Puebla y, por último, Atlante, en 1991. Con los Ponis azulgranas terminan dos etapas de su vida deportiva: Una abrupta, la lesión, y otra planeada, colgó la sotana con que ofició su trabajo con el balón. Durante casi tres lustros, en diferentes etapas estuvo al frente de los Ratones Verdes, que bajo su responsabilidad, el periodista Manuel Seyde así los apodó. 

Hay quienes consideran que con Trelles, durante el Mundial de 1962, en Chile, México hizo el mejor papel en sus participaciones en Copas del Mundo. Venció 3-1 a Checoslovaquia, que terminó subcampeona de la justa.    

Y aunque han pasado algunos ayeres, sus conceptos hilarantes siguen vigentes.   

De los árbitros, sus villanos favoritos, decía que no tenían SIDA, sino SADA: Síndrome de Abuso De Autoridad. Como crítica al irremediable malinchismo de miembros de la Federación Mexicana de Futbol, cuando Bora Milutinovic, nacido en la ex Yugoslavia, era técnico de la Deserción Nacional, ironizaba que no le daban esa responsabilidad porque no se apellidaba Trellesovic.  

Y otros que eran del pueblo, pero que él retomó: “A ojo de buen cubero…cabeza fría pies calientes… no se le pueden pedir peras al olmo… jugadas de sexto año –decía cuando había una acción magistral… los pelos de la burra en la mano… ni son todos los que están, ni están todos los que son –afirmaba cuando había una convocatoria ratonil.

Bromeaba que iba a pedir el pago por derechos de autor pues muchos comentaristas se fusilaban sus conceptos.

Durante la visita de un presidente de la República, al parecer Luis Echeverría, a una de las concentraciones de los Ratones Verdes, le dijo a Don Nacho que lo iba a hacer su Secretario de Hacienda, para que le echaran la culpa de todos los problemas económicos que aquejaban al país.

“No se preocupe: le entro, al fin que ya estoy curado de espanto”, respondió.

 Durante una de tantas concentraciones con el Tridolor, antes del Mundial de Inglaterra, un grupo de jugadores, encabezados por Salvador Reyes, pusieron pica-pica en el WC de su privado. Sólo sonrió cuando supo quienes habían sido.

Respecto a la finura con que hilaba sus frases destacan algunas que lo convierten en un sociólogo involuntario de este deporte:

Siempre ha censurado el “triunfalismo” con que los medios de comunicación informan y comentan respecto a la actuación del Tritanic. Aseguró que la necesidad de victorias manifestada por el pueblo “se debe a una grave ausencia de valores e identidad”.

Consciente de  saber de “qué lado masca la iguana”, siempre manifestó su preocupación por la forma irresponsable en que se conducen los periodistas con la pluma o ante el micrófono cuando hablan  del accionar ratonero: “produce desequilibrios que afectan al futbol. Este deporte genera una especie de sicosis que llega a revertirse contra la propia Selección”.

Y remata: “Son triunfos convertidos en triunfalismo puro. Lo que sucede con la Selección Nacional es reflejo de lo que pasa con el país, aunque claro, en menor escala”.

La principal virtud de Trelles, quizá, ha sido no contrapuntearse con el titiritero principal del balompié nacional: Emilio Azcárraga Jean, al igual que lo hizo con su padre Emilio Azcárraga Milmo. El actual “ Cachorro”, hijo del “Tigre”, es mesías diabólico: su televisora es satánica, pero trata de exorcizarla a través tramposas fundaciones altruistas.  Ejemplo: el falaz Teletón. Televisa, la eufemística “fábrica de sueños” es una permanente guarrez. 

Don Nacho tiene un significado especial en mi vida profesional, como periodista agorero. Salté a la primera división del periodismo deportivo, luego de entrevistarlo para la revista Proceso, allá por 1979. El jefe de deportes, Francisco Ponce Padilla, me hizo rehacer ocho veces el texto de siete cuartillas: 56 hojas en papel revolución. Creo ser, y presumo, uno de los pocos reporteros que goza de su respeto y consideración. Aunque, quizá, no me recuerde.

En 1994, luego de publicado mi libro “Política y Mafias de Futbol”, editado por Planeta, le hice entrega de un ejemplar donde aparecen declaraciones de él con una foto destacada al principio. Días después nos volvimos a encontrar en las instalaciones de La Noria, de Cruz Azul, al sur del Distrito Federal.

“¿Qué opina del libro? pregunté como quien espera que el maestro le anuncie que sacó 10 de calificación. Clavó sus ojos fríos en los míos, cálidos. Resumió: “concluyo que nada más ve la punta del iceberg”.

Su comentario me congeló.

Quizá por eso, pienso casi 20 años después, es que el Tritanic se hunde cada vez que acude a una justa mundialista. Es un microscópico roedor entre las patas de los elefantes. Además del viacrucis que representan los juegos eliminatorios. Los dueños balón son el verdadero tempano de hielo. Han pasado 40 años y siguen en la Antártida. Ahí está el ridículo que hizo para acudir al Mundial de Brasil. 

Y los que faltan.

Chapó a Tata Nacho 

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