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Dioses Satánicos

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Jesús Yáñez Orozco

Son los dos personajes más chipocludos de México, en cuanto a la marmaja, el biyuyo, se refiere. Mas son dioses diabólicos, crápulas bizarros. Equivalente a ogros filantrópicos, como ironizó Octavio Paz al Estado Mexicano en su memorable libro. Son héroes y villanos. Según quien los mire, adule. U odie. Después de ser incluso socios –y luego supuestos adversarios por las telecomunicaciones–  se convirtieron también en rivales por la pelotita de futbol.

 

Despertó más morbo, expectativa, lo que sucedía entre ellos, en sus escritorios, que lo ocurrido en la cancha: León y América fue la final del balompié nacional. 

¿Sus nombres?

Nada menos, nada más; chapó y recontra chapó: Carlitos Slim Helú y Emilio Azcárraga Jean. El primero, quien ha tenido varias veces la medalla olímpica de oro en sus manos –como el hombre más rico del mundo– controla buena parte de la economía del país. Y es copropietario de la fiera leonesa y del pachecoso, perdón, pachucoso equipo de los Tuzos.

El segundo posee una de las mayores virtudes satánicas de un ser humano: manipulación de conciencias. En su universidad –Televisa– de la ignorancia –donde todos, sin distingo de clase social, nos educamos– crea verdades que son mentiras y mentiras que son verdades.

Emilio, el “Cachorro” pintito, hijo del “Tigre” –obvio, su padre del mismo nombre– es dueño del Ame (n), una especie de acrónimo, para llamar así a los pollitos, que no Aguilas, luego de la masacre en el estadio Nou Cam. Campo Nuevo para los compaÑeros aficionados.  

Ambos, al parecer opuestos, se complementan en un país mísero –intelectual y material– como el nuestro. Lamen sus bigotes porque tienen la mayor parte de las rebanadas del pastel que significa la explotación de la hermosa República Mexicana y, nosotros, sus famélicos habitantes.

Slim tiene un ingreso de seis millones de pesos cada 60 minutos. Dinero que, sumado en dos horas, este albañil de la palabra duda en haber obtenido en 35 años de labor reporteril. Quizá ni en una. No imagino el cálculo de un obrero con microminisalario.

Emilio juega en segunda división si se compara con el ingeñero. Mas la fortuna de Azcárraga, calcula la revista Forbes, asciende a dos mil 500 millones de dólares.

Sí deja vivir del cuento. Neta.

Era irrelevante el triunfo en la cancha. Salvo para sus respectivos seguidores. Aunque fue la final de los magnates archimultimillonarios. Ganaron los Panzas Verdes del Lion –ahhh: cómo me sigue ese colorcito, ¿será por mi historia con la hierbabuena? Sabrá Dios— por marcador global de 5-1 a los chorrillentos del América (por el tono de su uniforme) en dos soporíferos partidos.

Por más que se afanen en afirmar lo contrario comentaristas y cronistas: fueron juegos piteros. Como todos los que se transmiten por la telera desde hace casi 30 años. Bueno, salvo excepciones, supongo, que no me ha tocado ver.  

Por eso se antojó atípica esta final: sus respectivos dueños eran estrellas sin luz. Pero ohhh, decepción. No hubo de piña: sólo destellos extra cancha.

Uno de ellos fue cuando, después de la victoria 2-0 en su cueva, los aficionados leoneses corearon la canción “El Rey”, de José Alfredo Jiménez. Mientras, desde el palco de honor, Slim sonreía, en su interior, henchido de gozo y goce, tras la leonina victoria, más que cuando la revista especializada Forbes, suele  nombrarlo el hombre más rico del mundo:

“Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley/no tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey…”

Dedicatoria que no era para él, sino una forma de festinar, de los casi 30 mil aficionados, el triunfo sobre los diarreicos americanistas. Porque a la afición poco importa quién le lleve el futbol profesional a su ciudad, con tal de que divierta el baloncito, y los 22 futbolistas que lo siguen como bestias hambrientas: Dios o el Diablo.

Da igual.

“Algunos me quieren y otros no tanto”, reconoció Slim sonriente al término de dicho encuentro, “pero me da gusto estar acá y que ganaran los Esmeraldas”.

Y es que al margen de la proyección social y política que significa ser copropietario de un equipo de futbol –bueno dos con Pachuca—, Slim ya le tomó cariño al síndrome del esclavizador de esclavos –así definió a sus compañeros del mismo dolor Hugo Sánchez, en 1993, cuando jugaba con América– negros trabajadores del balón en México.

E irremediable cómplice: también forma parte del inconstitucional Pacto de Caballeros, que determina si un futbolista puede realizar su labor de esclavo del balón o no. Estos barones del esférico deciden cómo, cuándo y con qué equipo puede contratarse un futbolista. Su voluntad de elección tampoco cuenta. Sólo tienen la obligación de pensar en la cancha, nunca fuera de su perímetro.

“Quieren que seamos ratones a la hora de negociar nuestros contratos laborales, y desean que seamos leones en la cancha”, ironizó Javier Aguirre hace algunos ayeres, por lo que vivió durante su etapa de 15 años como jugador profesional.

Además, Slim Helú también se sumó al antiético grupo de multipropietarios de equipos de futbol que –al amparo de la FIFA sólo existe en suelo mexicano– poseen más de un club. En ninguna otra nación del planeta sucede este fenómeno supuestamente empresarial-deportivo. Son la Costra Nostra, enmascarada en el balón.

Azcárraga no suda ni se acongoja. Ya tiene callo el ambiente de la patada, en lo que Slim es un imberbe.

En la parte empresarial es donde se dan un quién vive. Pero no se pelearán por lo que ya tienen a sus pies. Poseen el suficiente sentido común, apoyados en y calidad profesional de sus asesores para realizar alianzas, al amparo del poder. Saben que la unión hace la fuerza… de la riqueza.

“Tuya, mía, te la presto, acaríciala”, parafraseo al can Enrique Bermúdez, porque así habrán de compartir, ambos dos, el pastel que representa la caguengue economía nacional. Como pasarse el balón en una cascarita.

Dudo mucho que, como piensan algunos, venga Slim a romper el duopolio de la incultura Televisa-TV-Azteca. Se sumará a ese poder.

Próximamente será tripolio.

Lo único novedoso de la final verde-amarilla fue que por primera vez en la historia del futbol mexicano uno de los encuentros, el primero, fue transmitido por cable. El ex portero del Atlante, Raúl Orvañanos, llevó la voz cantante de la crónica en FOX-Sport. 

En un mensaje en su cuenta de twitter Azcárraga saludó al ingeñero por el título obtenido de sus fieras verdes: “quiero aprovechar para mandar una felicitación sincera al equipo León por su Campeonato a los jugadores, su técnico (Gustavo Matosas, uruguayo), a Jesús Chucho Martínez (presidente) y al Ing. Carlos Slim”.

No hay tal disputa –se oye feo pero es la palabra correcta—empresarial. Se llevan de piquete de ombligo.

Cuando dice Carlitos que hay quienes no lo quieren, me puse el saco como reportero-agorero. Y no lo quiero ni lo odio, sino todo lo contrario.

He aquí por qué:

Pese a estar desempleado, el viernes 17 de junio de 2005, anuncié mi donativo de una cantidad de dinero a favor del magnate telefónico que se detalla en la siguiente carta, publicada en la prestigiada columna Dinero, de Enrique Galván Ochoa, en el diario La Jornada.

Dice:

Sé que dos de las compañías de su propiedad, Telmex y Telcel, que lo hace uno de los empresarios más poderosos del mundo, se encuentran entre las que mayor número de denuncias reciben en la Procuraduría Federal del Consumidor. Había pensado que mi queja se convirtiera en un número más. Pero no quiero perder tiempo. Sucede que en días pasados compré una tarjeta Amigo Telcel en un crucero de la ciudad de México, con los jóvenes de mono amarillo. Después de ingresar el código de acceso, que expira en julio de 2005, resultó que fue usado hace casi un año, según la información de atención al cliente vía telefónica. El número que viene abajo del código de barras es el 903002045539. No quiero que me devuelva los 300 pesos, ni los 50 que tuve que pagar las dos ocasiones que pagué estacionamiento en Perisur. Lo único que deseo, señor Slim, es que sepa que le obsequio esa cantidad. Quiero saber qué se siente regalarle a usted 300 pesos.

Jesús Yáñez Orozco/DF

[email protected]

R: Mi estimado Jesús: la revista Forbes calcula al señor Slim una fortuna de 23 mil 800 millones de dólares. Ahora tiene unos 30 dolarillos más. Si cuentan.

La neta, sentí chido. Hasta la fecha. No estoy en contra de los capitalistas. Pero que “no chinguen al amigo”, como dicen en mi barrio.

Ahora, su fortuna, al término de 2013, llega a más de 73 mil millones de dólares, según la misma publicación.

Y los magnates del baloncito, ahora que León resultó campeón, en el espíritu de contentillo que se manejan –con los pieseses toman sus decisiones– capaz que quieran que sean los Panzas Verdes, y no América, la base de la Desesperación Nacional en Brasil.

Cuando menos serían fieras con alma ratonera.

 Corrijo: Emilio y Carlitos son dioses chipocludos.

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