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Balones malditos

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Ágora Deportiva

Jesús Yáñez Orozco

Sucede cada cuatro años, convirtiéndose en la mayor fiesta divina del planeta, adoración de la aldea global –“patria futbolera”– de un redondo dios infernal: el balón: esfera insignificante  –circunferencia entre 68 y 70 centímetros, diámetro promedio de 22 centímetros y peso cercano a los 500 gramos— que paraliza el planeta. Ahora serán 29 días: del 13 de junio al 12 de julio.

 

Alrededor de esa insignificante circunferencia se tejen dramas, dolor, explotación, moderna forma de esclavismo, que genera enriquecimiento desmedido.

Casi una cuarta parte de los seis mil 500  millones de habitantes terráqueos, de todo credo y filiación política, no perderán de vista la pelotita de material sintético, ya no cuero, a través de las pantallas de sus televisores:

Católicos, cristianos, judíos, musulmanes, evangélicos, testigos de Jehová, adventistas, protestantes… incluso ateos, la mirarán, imán en los ojos, durante los 90 minutos de cada juego.

Porras, gritos, arengas, insultos, felicidad, dolor, serán sustituto de rezos y plegarias. Funde, como ningún otro fenómeno deportivo mundial, todas las razas. Y el tono de piel –blanca, morena, negra, amarilla– se mirará con el corazón en la dermis del balón como un espejo.

Todo comenzó en Chile 1962, cuando por primera vez se trasmitió por el ojo cíclopeo de vidrio rectangular, “plasma”, llaman ahora, el primer mundial de futbol. Era la séptima edición de la justa cuatrienal, que inició en Uruguay, allá por 1930, organizado por la mafufa FIFA.

Ahora se jugará con el balón Brazuca, que significa brasileño y estilo de vida brasileño, según los organizadores del próximo mundial. Está adornado con colores azul, rojo y verde que asemejan las pulseras que usan allá para pedir buenos deseos.

La pelota fue presentada en el Parque Lage, de Río de Janeiro, y está hecha con seis paneles idénticos que le dan “mejor adherencia, estabilidad y  toque”, según la FIFA.

Sabrá dios qué signifique esa terminología, pero suena chida. Más lo del toque.

El balón, fabricado por la marca Adidas, fue probado durante dos años y medio por más de 600 el futbolista entre los que se encuentran Lionel Messi y el ex astro francés Zinedine Zidane.

Literatos, novelistas y poetas, filósofos, incluso futbolistas, la han denominado de múltiples formas: “Dios redondo”, “aire forrado de cuero”, “la vieja”, “la prieta”, “la dama blanca”, “balón rosa” –sinónimo del balompié gay–.

 Hay incluso quienes la comparan con su vida marital: gustan tenerla a sus pies, pegadita, en lugar de la pareja, porque no corre el riesgo de padecer infidelidad.

Otros más, ácidos críticos del deporte de las patadas, que lo consideran una forma de control social, parafrasean a Carlitos Marx. Aseguran que el esférico “es el opio de los pueblos”.

Pero tras la máscara que significa esta circunferencia multimillonaria –para empresas trasnacionales, dueños del balón, empresas trasnacionales, mafias, y cárteles de narcotraficantes internacionales cada cuatro años– se encuentra el verdadero rostro, macabro: explotación humana, incluida la infantil; esclavismo laboral.

Pero se maquilla, minimiza, antes, durante y después de cada justa mundialista en países subdesarrollados.

Y causa grima sólo de pensar que en países asiáticos, niños adolescentes y adultos –hombres y mujeres– realizan maquila de artículos deportivos para empresa como Adidas, Nike, Rebook. Llegaban a ganar (sic) seis centavos de dólar la hora por coser balones a mano, incluidos infantes. Sobre todo en Pakistán.

Incluso, se llegó a mencionar a Garcis, empresa mexicana, propiedad de José Antonio García, quien fue un gris, algunos lo tildaron de corrupto, federativo del balompié  nacional a mediados de los años 90s.  Ahora funge como directivo del club Atlante, propiedad de Alejandro Burillo Azcárraga.

Para esos niños el esférico no es una ilusión, juego, alegría. Simboliza infamia, dolor, aunque todavía no lo saben.

La maquila de balones roba su infancia.

Trabajan en Hong Kong, Corea del Sur, Honduras, El Salvador, Guatemala, México, Chile, Perú, India, Bangladesh, China, Indonesia, Tailandia, entre los principales productores se sueños redondos.

Pero para ellos significan pesadillas esféricas.

De acuerdo con una investigación de Organizaciones No Gubernamentales asiáticas, previo al Mundial de Sudáfrica 2010, –se respeta la redacción– la Copa “es la oportunidad perfecta para vender para las empresas de balones de futbol. Durante la Copa Mundial de 2006, los ingresos de Adidas por sus productos relacionados al futbol aumentaron más de 800 millones” de dólares. Ocho años después serán pingües sus ganancias.

Un balón Brazuca, por ejemplo, cuesta 144 dólares. Algo así como mil 900 pesos nacionales, ya petrolizados. Da una idea de las millonarias ganancias que deja esta actividad en las arcas de las empresas multinacionales de la indumentaria deportiva.

Un obrero mexicano, por ejemplo, con ingreso microminisalarial de 63 pesos promedio, requiere de 30 días de trabajo para adquirir la pelotita con la que se jugará el mundial brasileño.

Si bien dichas compañías, al parecer, ya no contratan personal para la maquila de sus productos, se valen de intermediarios locales, coyotes, para realizar esa labor. Se mantiene el espíritu esclavizador en la aldea global.

Un balance de esta forma de explotación humana fue realizado en México hace algunos años. El especialista César Rodríguez Garavito, divulgó un texto denominado “Códigos de conducta y derechos laborales en maquilas de México y Guatemala”.

Establece:

 “De hecho, las cada vez más abundantes pruebas sobre las condiciones de explotación laboral en las fábricas globales, que abarcarían desde el acoso sexual y abuso físico contra mujeres trabajadoras en las fábricas del vestido en América Central y China, hasta el uso del trabajo infantil en las fábricas de balones de futbol en Pakistán, han convertido el trabajo en las maquilas en el objeto de discusiones académicas y políticas exaltadas en torno a la regulación de la economía global”.

 

Son, sí, los balones opio del pueblo –patria redonda del mundo manipulado– y eslabones de una cadena que esclaviza, como grilletes, los sueños infantiles de los explotados por modernas empresas deportivas colonizadoras.

 

Veremos, pues, durante 29 días, cómo rueda el cruel baloncito cosido por manos infantes.

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