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Máscara, verdadero rostro

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Agora Deportiva

Por Jesús Yáñez Orozco

Cada vez el uso de la máscara que se utiliza en la lucha libre mexicana es más frecuente en otros deportes y ámbitos de la vida cotidiana. Se ha convertido, sin pretenderlo, en un símbolo de identidad nacional. Es notorio, incluso, entre compatriotas indocumentados que radican en el país de Las Bardas y Las Estrellas, cuando asisten a partido de clubes mexicanos de futbol, en particular de los Ratones Verdes.

 

Es común verlos encapuchados como El Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez, Mil Máscaras, Rayo de Jalisco, Tinieblas, Místico…

Porque enmascararse se ha convertido en una vía rápida a la inmortalidad, aunque fugazmente efímera. O un viaje sin escalas a la eternidad.

Porque la tapa es un enigma que nada esconde. Al contrario: reafirma el mensaje gráfico de quien la porta. Representa el rostro de quien quiere ser en verdad.

La cara, convertida en anti máscara.

Cómo cambiar lo que no se quiere ser, aunque en una actitud lúdica de goce y gozo, pero que emboza lo que rechazamos ser.

Sólo cubierto el rostro con ella de adquiere un fugaz sentimiento de pertenencia; ganar o perder sin rubor alguno.

Y cada vez más el pueblo lo usa fuera de las arenas de lucha libre.

Porque, insisto, no esconde, revela identidad.

“Me encanta la franqueza de un enmascarado”, dice el Pingüino al Murciélago Encapotado, en la película Batman Regresa.

Mientras que el escritor mexicano Juan Villoro, va más allá cuando afirma, en referencia al pasamontañas del movimiento zapatista chiapaneco de 1994, que “las máscaras son un recurso extremo para decir verdades”.

A la lucha social con capucha se han sumado, Súperbarrio, Fray Tormenta, sacerdote que practicaba la lucha.

Así como se han convertido en crítica mordaz, con los rostros plásticos de los expresidentes Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox, Felipe Calderón y su actual Alteza Serenísima.

Viaje lúdico-deportivo que decanta en cuestionamiento social.

Porque otro de los emblemas crápulas de la política mexicana tenía que ver con el juego del sexenal Tapado. Los presidentes en turno, antes del fin de su responsabilidad, tenían que designar un sucesor de manera velada y vedada.

Aunque, por lo general, se sabía o intuía quién era el “bueno”.

Los políticos priistas eran émulos del inspector chino. Más bien siguen siendo.

Por cierto, el próximo jueves 7 de marzo a las 20:00 horas será el estreno de la obra Máscara contra Cabellera, del desaparecido dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, en el Teatro Orientación, atrás del Auditorio Nacional en la ciudad de México. La entrada será gratuita.

Trata de cuando el país se encuentra en estado de sitio. Solo existe un héroe, de carne y hueso, que puede ayudarnos: un luchador.

Dirige: Erwin Veytia y el reparto lo integran: Oscar Serrano, Clementina Guadarrama, Axel García, Marcela Feregrino, Medin Villatoro, Merced Tlacomulco, José Luis Hernández, Emiliano Yáñez, Alberto Santiago, Elena Gore, Carlos Martínez y Gerson Martínez.

 

 

 

Las máscaras existen hace por lo menos tres mil años. En México son una mezcla de las culturas indígena y española.

Y era, es, multifuncional: esconder, proteger, liberar, transformar, disfrazar, actuar y otorgar poder a quien se la pone.

¿Cuándo se creó la primer máscara en México?

Fue a principios de las década de 1930. México había importado la lucha libre del país de los Cara Pálida. La mayoría de quienes la practicaban llegaron del extranjero, vía el país del American Dream.

Uno de ellos fue un irlandés. Ciclón Mackey, se hacía llamar. Pidió a un zapataro leonés, quien sabía trabajar la piel, Arturo Martínez, radicado en el Distrito Federal, que la hiciera una máscara con ese material.

Imaginó hacer algo similar a las que usan los miembros del temible Ku Klux Klan. Ciclón respondió que no. Quería algo así como un guante en la cabeza que se ajustara como un zapato, con una agujeta.

Marra la historia el hijo de Arturo Martínez, Víctor:

Cuando le hizo una de gruesa piel de cabra, Mackey se molestó porque no se ajustaba a su rostro como él deseaba. Le lanzó sobre el mostrador los cuatro pesos que cobró por la prenda.

Tres meses después, durante una gira por Europa, encontró otro zapatero a quien narró lo que había sucedido en México.

Para ese entonces, debido a que la piel ya se había aflojado, dando de sí, adaptándose a su rostro magicamente, regresó a México y pidió a Manuel Martínez que se hiciera seis más.

Se le conoció como la Maravilla Enmascarada. Pero el primer luchador  mexicano que usó tapa fue  El Murciélago Veázquez. Lo secundaron El Santo y Blue Demon.

Víctor muestra con orgullo una de las primeras máscaras de piel de cabra elaboradas por su padre quien, sin pretenderlo, revolucionó la lucha libre mexicana. Su costo anda en los 25 mil dólares.

Antes constaban de dos partes las capuchas. Ahora son, por lo general, de cuatro.

El material con que se elabora, pasó de raso a raso elástico, y ahora se hace con lamé metálico elástico.

Porque la máscara hace milagros.

Se ha convertido en una joya deportiva popular con boleto directo a la eternidad eterna.

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