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El lado izquierdo del balón

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 Agora Deportiva

Jesús Yáñez Orozco

La emoción me embarga al escribir esta historia. A tal grado que no puedo contener la lágrima. Nunca en mis 36 años como periodista me había ocurrido algo así. Y menos al escribir sobre los vacuos futbolistas profesionales.

 

Salvo en la muerte de José Emilio Pacheco que jugaba de centro delantero como goleador de la palabra en el arco de la literatura. Era un romperredes nato: con la palabra en los pies y en el pensamiento.

Ni el recuerdo de mi padre, ya fallecido, me mueve tantas vibras y fibras en el corazón. No me quedé con ningún odio y tampoco se llevó rencores de mí.

Eso quiero pensar.

Después de mirar un documental en la televisión de paga sobre su historia me sobrecogió la necesidad de investigar más sobre él. Por varios factores: su inconmensurable calidad futbolística, que con el 1.92 de estatura, delgado como fideo, semejaba una garza desgarbada, sobre en su rígida sensualidad, y el balón desmayado a su vera.

Pelé incluyó su nombre en 2004 en su lista “FIFA 100” de mejores futbolistas vivos de la historia.

Falleció a los 57 de edad, en 2011, a consecuencia de un problema estomacal, que se combinó con la cirrosis que se incubó a consecuencia del alcohol desde sus inicios como futbolista profesional. Era también un empedernido fumador.

Jugó con los mejores equipos brasileños: Botafogo F. C. (1974-1978), S. C. Corinthians (1978-1984), A. C. Fiorentina (1984-1985), C. R. Flamengo (1985-1987), Santos F. C. (1987-1989) y Botafogo F. C. (1989).

Luego de estar un tiempo al margen del Scratch Do Oro, volvió para la Copa del Mundo de 1986 en México, donde llamó la atención no solo por su magistral y elegante juego, sino también por llevar cintas blancas en la cabeza con mensajes como “México sigue en pie” (en referencia al terremoto del 19 de septiembre de 1985) o “People need justice (el pueblo necesita justicia)” .

Revolucionó y fue un visionario en su país al romper el paradigma de las relaciones laborales de los futbolistas con los dueños de los clubes.

Puso el ejemplo cuando jugó para el Corinthians.

Convenció a sus compañeros de juego de prescindir de los salarios y compartir con el dueño del club el 50 por ciento de los ingresos por todos los conceptos: compra-venta de jugadores, derechos de televisión, publicidad, venta de suvenires…

Este suceso fue un parteaguas en el balompié brasileño.

Algo similar ni en sueños ocurriría en México. Primero: no hay quién tenga la altura de miras de Sócrates, intelectual, ética y deportivamente hablando.

Ni en sueños.

Además la telemierda Televisa, propiedad de Emilio Azcárraga Jean, no dejará un juguetito, el futbol –sobre todo en todo lo concerniente a los Ratones Verdejos Piojetes, por las pingües ganancias que le significa cada cuatro años, en las justas mundialistas.      

Me refiero a Sócrates, exquisito jugador brasileño. Que tenía una doble virtud, atípica en el futbol mundial: su calidad, arte incluso con el balón.

Y su compromiso deportivo-político con la sociedad, marcado por su militancia de izquierda.

Entre sus referentes se encontraban Ernesto “Ché” Guevara y John Lennon, ex de Los Beatles, y activista por la paz. Uno de sus hijos fue bautizado Fidel por el dirigente cubano Fidel Castro.

En las fechas cercanas a su muerte, 2011, estaba escribiendo una novela sobre la Copa Mundial de Futbol de 2014.

Doctorado en medicina por la facultad de Ribeirão Preto (adscrita a la Universidad de Sao Paulo), no ejerció la profesión hasta su retirada. Abrió una clínica privada en su ciudad de residencia.

Siempre mostró interés por la música, el arte y especialmente la filosofía, heredado de la vocación autodidacta del padre. Sus pensadores favoritos eran Maquiavelo y Hobbes.

Cuando llegó a la Fiorentina en 1984, respondió que viajó a Italia para “leer a Antonio Gramsci en su idioma original”.

De ese tamaño era su estatura intelectual-filosófica-futbolística.

Poseía algo que en el marxismo se definió conciencia social. Compromiso con los más desvalidos de los desvalidos.

Eso que desconocen los políticos de todo el mundo. Salvo, claro, excepciones.

Ninguno de los astros mediáticos del futbol, Pelé o Maradona, tenía su nivel en cuanto al compromiso social a través del baloncito.

El astro argentino y él tienen cierta empatía en sus simpatías con la izquierda. La gran diferencia es que el “Doctor” era un devorador de literatura.

Diego, seguro, si viviera en México no leería siquiera el Libro Vaquero.

El músico cineasta serbio, Emir Kustirica, en un documental sobre el “10”, aseveró que si hubiera nacido en México a finales del siglo antepasado, “habría sido revolucionario”.

Quizá sí.

Pero no de Francisco Villa, cuyo movimiento se denominó “la bola”, porque carecía de un objetivo programático-ideológico que sí tenía, por ejemplo, Emiliano Zapata: Tierra y libertad. y la tierra es de quien la trabaja.

Y sus taras intelectuales la refleja el Pelusa en su pobreza de lenguaje durante su participación en el programa de Zurda que se difunde a nivel mundial en el Marco de la Copa FIFA-Brasil 2014.

Es Maradona una especie de rebelde sin causa.

Contemporáneo de José Guimaraes Dirceu, también fallecido, otro que practicaba el futbol arte, similar al de Sócrates, quien declaró durante su paso por América que daba balones a sus compañeros de juego y le regresaban sandías.

Yo, en mi agorera juventud, cuando jugaba futbol daba rosas a mis compañeros de juego y algunos me devolvían espinas.

Sócrates fue un mediocentro ofensivo muy famoso por su técnica y una excelente visión de juego. Al principio de su carrera se desempeñó como delantero, pero los entrenadores del Botafogo retrasaron su posición hasta el centro del campo.

Poseía un buen golpeo de balón y un disparo muy fuerte, con el que tuvo buenos registros goleadores para su posición. Sin embargo, su especialidad eran los pases y los regates.

La jugada más característica era el toque de tobillo o “taconazo”. No corría tan rápido como otros jugadores, así que usó ese truco para imprimir más velocidad al juego y despistar a los marcadores.

Pelé aseguró de Sócrates que jugaba mejor hacia atrás que muchos futbolistas hacia adelante.

Su golpeo con el taco era tan popular que algunos llegaron a creer que chutaba así los penaltis, aunque nunca lo hizo en partidos oficiales; solo lo demostró en los entrenamientos.

Su mayor punto flaco fue el físico. Medía más de 1.90 metros, pero no se distinguió ni por su fuerza ni por su velocidad. A lo largo de su carrera sufrió lesiones físicas derivadas de una mala preparación atlética, y nunca ha ocultado que fumaba y bebía.

Siempre defendió que eso no afectaba a su labor porque “el futbol no es como el tenis, aquí tienes diez compañeros más que corren por ti”.

Me embeleso con las imágenes de Sócrates por su virtuosismo futbolístico. El me inspiraba, cuando jugaba en mi agorera juventud, insisto, como Franz Beckenbauer, Elías Figueroa, Alberto Quintano, Carlos Alberto, entre otros.

Personificaban el balón hecho arte.    

Es histórico Sócrates, entre otras muchas cosas, por su camiseta del Corinthians con el lema “Democracia Corinthiana” en la final del Campeonato Paulista de 1983.

Al margen de lo deportivo, siempre destacó por su compromiso político y una ideología de izquierdas. En una época marcada por los últimos años de la dictadura militar establecida en 1964, él fue una de las más destacadas voces públicas en favor de la democracia.

Militó en el Partido de los Trabajadores, ahora en el poder, que desde su fundación defiende el socialismo como forma de organización social. Su papel más reconocido, extra cancha, es la lucha por la democratización de Brasil.

Celebraba muchos de sus goles con el puño derecho, cerrado, y en alto.

Sobre su papel activo en política, declaró lo siguiente en una entrevista de la BBC en 2010:

“La gente me dio el poder como un futbolista popular (…) Si la gente no tiene el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos. Si yo estuviera del otro lado (de los políticos), no del lado de la gente, no habría nadie que escuchara mis opiniones”.

A nivel internacional, fue capitán de la selección de la Canarinha y disputó dos Copas Mundiales (1982 y 1986) y dos Copas América (1979 y 1983).

Antes de su muerte, filosofaba: “quiero morir un domingo con Corinthians campeón”.

Reflexiono agorero: qué bueno que falleció antes de la celebración del mundial.

Porque si ha mirado la goleada 1-7 ante Alemania hubiera muerto de un patatús.

Igual que, simbólicamente, sucedió a la mayoría de los 200 millones de brasileños. 

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