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Dioses descalzos

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(Para Ximena y Emiliano)

Jesús Yáñez Orozco

Flecha el corazón verlos jugar baloncesto y lanzar la pelota a la canasta de 2.60 metros de altura desde el suelo, pese a su corta estatura. Son conocidos como los “guerreros de la montaña”. Viva expresión de un cuento indígena hecho en verdad de barro en el pensamiento. Sus hazañas ratifican que la realidad supera la ficción.

 

Olvidados por el olvido en la desmemoria de la historia, desde hace más de 500 años –sus ancestros y ellos– se han  convertido –sin querer– en pequeños dioses triquis descalzos en cada rincón del planeta, donde es conocido cómo juegan, de dónde provienen y con qué sueñan.

Más porque son campeones con sus alados pies en todos lares que pisan.

Cuando aprenden a leer y escribir, en clases bilingües –español-triqui– los preparan para vivir: pensar, gozar, ganar, amar, llorar, sufrir. No memorizan como en la mayoría de las escuelas oficiales.

“La memorización”, dice el refrán, “es inteligencia de  tontos”.

Pero también los educan para morir. Por eso tienen la alegría, mudo cascabel, dibujada, imborrable, en el rostro indio. Morir es como nacer: dolorosa alegría o viceversa. No tiene por qué haber drama. Cuando salimos del vientre materno comenzamos a fenecer.

Tampoco saben lo que es mentira.

Desconocen, desde el verde corazón de la selva oaxaqueña –mimetizada ancestralmente ante los ojos del poder y la sociedad–  quiénes son Los Reyes Magos, Santa Clos. Tampoco saben quién es el coco, la bruja, ni el señor del costal. No escuchan a los políticos: cuando dicen que sí, es no, y viceversa. La falacia es el espíritu de su país: la mentira tiñe los colores patrios de la bandera.

La verdad está en los libros de sus ancestros.  Gozan y disfrutan los regalos que reciben de la naturaleza: animales, árboles, flores, frutos, cerros, agua, sol, luna. Todo es de ellos y ellos son de la naturaleza. Su alma está limpia porque nunca han visto un televisor encendido, mácula perene de una sociedad enferma. No hacen de su vida una caricatura.

Abrevan del conocimiento de los ancianos. Son infantes sabios, sin saberlo. Son libres de pies a cabeza.

Ahora todo mundo quiere saber de ellos, conocerlos, tocarlos, platicar, entrevistar: ricos y pobres; niños y viejos; presidentes y obreros; reyes y vasallos.

Cuando juegan parecen imanes sus manos con la pelota; sus piernas aladas: driblan, burlan, quiebran, bailan, fintan; encestan, incansables, sin cesar, una y mil veces. En sus manos, el balón simboliza un mundo mágico que puede ser mejor. O menos peor.

Entrenan descalzos entre árboles, piedras, lodo, cerros y montañas, ríos y lagunas. El silencio es su mejor consejero. Sus pesas suelen ser troncos de árbol y llantas de autos. Juegan con nubes y estrellas.

Es la imaginación su única limitante para su deporte. Tienen los pies sembrados de diminutas grietas donde corre el tiempo. Gozan gozosos su felicidad efímera, multiplicada en la cotidianidad del triunfo.

Ellos no necesitan ropa de alguna marca deportiva para ganar como hace creer la publicidad crápula. Suelen usar shorts y playeras de cabeza de indio, parecida a la manta.

Su filosofía: aprender a no necesitar lo que no tienen.

Lloran los pequeños dioses descalzos cuando los obligan a jugar con tenis ante rivales que a cualquier mortal causarían temor: altos, rubios, uniformes, pants y tenis de ensueño. Pero nada los arredra: han vencido en sus propias barbas a los hijos del villano Tío Sam. Es como poner a competir a David contra Goliat. A ellos nada asusta.

Sus cuerpos infantiles huelen a hierba cortada al amanecer, tierra milenaria mojada por el tiempo y leña quemada de la hermana montaña.

Callan y miran con recelo cuando les hablan de bondades de la ciudad. Disfrutan su pobreza material. Aprendieron a hacer dichosa su miseria. El hecho de dotarlos de infraestructura deportiva para sus entrenamientos, como ofreció el Señor del Poder, con culpa, cuando los recibió en su fastuosa residencia, no los hará mejores. Es un insulto a su inteligencia. Su magia está en otra parte donde nosotros no vemos.

La incivilizada civilización debe tomar su ejemplo: vivir con y para naturaleza. Que dejemos de considerarlos “nuestros indígenas”. No son objetos ni esclavos. Ellos nunca dicen: “nuestros mexicanos”.

Racismo, soberbia, máscaras de culpa y desprecio por el otro a quien se considera inferior. Ellos son ejemplo a seguir y no ser sometidos por prejuicios culturales.

Está pútrida la civilización de la que ellos, por fortuna, no forman parte. Por eso son lo que son.

En las comunidades triquis –triki, trique, trike, como también se les conoce– es común observar canchas de basquetbol por doquier, como casillas de tablero de ajedrez. Hay también de futbol, que pocos practican.

Su reto cotidiano no es sólo ser los mejores en el deporte, sino también en la escuela, donde deben ser alumnos de excelencia para seguir en el equipo.

Cuenta la leyenda que sus antepasados salieron del “fondo de los pozos profundos de la tierra”. Triqui significa “Padre Supremo”.

Según los historiadores, fueron expulsados de Monte Albán, en la periferia de lo que es hoy la ciudad de Oaxaca,  por desobedecer las órdenes del rey. Sometidos por los aztecas, los obligaron a pagar tributo.

A la llegada de los españoles fueron evangelizados por frailes dominicos y se consideran católicos. Evitaron, así, ser asesinados en el nombre de Dios. Eludieron la muerte ante las cerbatanas de metal que escupían fuego y plomo de los colonizadores barbados. Tampoco los aterrorizaron animales malditos que no conocían: caballos. Evitaron ser torturados por la Santa Inquisición para exorcizar su politeísmo: demonio indio.

Mas conservan la religión tradicional: adoran a la naturaleza, los astros y los fenómenos astronómicos.

Después de ver cómo juegan los “guerreros de la montaña”, otros pequeños del resto del mundo también desean practicar sin babuchas otros deportes, incluso futbol.

A algunos de ellos ya los quieren en el basquetbol infantil de clubes profesionales en el país de las Bardas y las Estrellas. Allá el basquetbol es uno de los tres principales deportes que practican los “primos”. Futbol Americano y beisbol, los otros.

Y, sí: son dioses descalzos; encallecidos de sueños sus pies y corazón.

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