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Ágora Deportiva

Jesús Yáñez Orozco

Durante los últimos 20 años han sido insistentes las versiones de que el narcotráfico infiltró la coraza de papel del futbol mexicano. Surgió una más en días pasados. Incluso hay documentos judiciales avalan que, desde entonces,  el baloncito anda pacheco y, al parecer, las 24 horas del día. Y que, entre otras cosas, por eso los Ratones Verdes se hacen más microscópicos.

 

 

Debido a ello, este fenómeno narcodeportivo despierta sentimientos encontrados: no sabe uno si reír o llorar. Pero hemos, como aficionados, aprendido a amar a los villanos de este deporte: los dueños del macizo esférico. ¿Qué haríamos sin ellos?

Para no variar: el ajonjolí que echa a perder todos moles desde hace 50 años también está inmiscuido: Televisa.

En días pasados, tras la venta del histórico club Atlas al Grupo Salinas-Azteca –para reforzar la actitud crápula de la multipropiedad en México– el expresidente del club rojinegro, Eugenio Ruiz Orozco –por aquello de no te entumas— rechazó que hubiera algún riesgo de que el equipo fuera adquirido en 500 millones de pesos por algún cártel del narcotráfico mexicano.

 Cuando el río suena es porque mierda lleva. Y como dice un conocido conductor de un programa marciano, y todos los de esa piojosa empresa: “¡y nadie hace nada!”.

Ocurrió en 1993 el primer caso documentado de narcofutbol en México. Parte de esa historia, con matices de novela policiaca, está consignada un año después en el libro Política y Mafias del Futbol, publicado en editorial Planeta por este agorero e imberbe columnista con pelos y señales.

Sucedió con la extraña compra, en 13 millones de pesos, del equipo Leones Negros de la Universidad de Guadalajara, cuyo rector era Raúl Padilla López.

Dos grupos se interesaron en el club, cuya venta, renta o comodato, Padilla había anunciado en una inserción pagada en el diario La Jornada: exalumnos de la U de G, encabezados por Alfonso González Ortega, y un grupo de empresarios hoteleros de Cancún, Quintana Roo.

Como antítesis del Rey Salomón, José Antonio García, entonces presidente de la Primera División de la Femexfut, dio un espaldarazo a los ex universitarios y acabaron quedándose con el equipo.

Primero se dijo que, ante la falta de cash, habían liquidado sólo dos millones de pesos, y dejado en prenda de los restantes 11 millones un lote de joyas preciosas mediante un certificado valuado en 20 millones de dólares.

Después que no: que habían dejado en garantía un documento de un concentrado de metales preciosos que nunca pudieron desconcentrar en Estados Unidos. Luego argumentaron que, tampoco: que era un concentrado de metales para la industria aeronáutica.

Choro puro.

Cuando el equipo tuvo problemas económicos para liquidar la nómina de los jugadores, Televisa acudió en su auxilio, como diabólica hermana de la caridad, con el aval del zar del futbol de Chapultepec 18, Alejandro Burillo Azcárraga: dio dinero a González Ortega para el pago salarial de los oscuros felinos. Nunca se supo cuánto.

La realidad era otra: el equipo era propiedad de Pedro Lupercio Serratos, quien junto con sus hermanos, Araceli, Gerardo y José –conocidos como los reyes de las anfetaminas en Jalisco– pertenecían al Cártel de Tijuana de los hermanos Arellano Félix. Esta versión está consignada en documentos de Inteligencia Militar de la Secretaría de la Defensa y de la Secretaría de Hacienda.

Para no despertar sospechas en Guadalajara, Pedro había contratado una contadora en la Ciudad de México que llevaba las cuestiones fiscales del club.

Alfonso González estaba asesorado por uno de los principales promotores del futbol mexicano: Guillermo Lara, quien siempre ha negado tener vínculo alguno con la delincuencia organizada. Y una de dos: o es cierta su versión, y es muy hábil como delincuente de cuello blanco, o tiene padrinos políticos en las más altas esferas del poder en México que lo hacen intocable.

Cuando la cúpula de la Femexfut, siempre a la orden de Televisa, supo la papa caliente que significaban los Leones Negros, ordenó, rapidito, a José Antonio García, en su calidad de presidente de la Primera División, enfriar, sepultar, al equipo con una carretada de tierra de 11 millones de pesos. No les fuera a caer la chota.

Anunció en conferencia de prensa que la Federación se quedaba con la franquicia y las cartas de los jugadores.  Nunca se supo si a Burillo, García, Padilla López, o González Ortega y demás involucrados en el caso de este narcoclub, los investigó la Procuraduría General de la República. Ni se sabrá, 20 años después.

Otro hecho similar sucedió cuando la policía mexicana investigaba si Querétaro e Irapuato habían sido adquiridos, se supone, con dinero de barones del narco colombiano. Quien ordenó la desaparición de la franquicia de ambos equipos, por jugar con la narcopelotita, fue el del entonces presidente de la Femexfut, Alberto de la Torre Bouvet. Igual que se hizo con los Leones Negros. Ya saben la fórmula para desaparecer los redondos pecados.

Debido a ello, principios de 2008 De la Torre fue investigado por la PGR.

Incluso, la CIA y la DEA, también andaban tras sus huesitos. Un excompañero del periódico El Nacional –cuyo nombre no divulgo por obvia razón—me platicó que había sido reclutado por agentes Cara Pálida. Y que por cada informe que entregaba –en un hotel de Reforma cerca del Monumento a la Revolución donde alquilaban todo un piso– sobre De la Torre recibía un pago de 500 dólares.

Al servicio del Tío Sam ya traía, incluso, carro del año y ropa costosa. Me ofreció sumarme a esa trapera labor.

Según la Revista Contralínea que dirige el compa Miguel Badillo, el despacho de Fernández de Cevallos, del Jefe Diego, estaba ligado a empresarios del futbol sospechosos de blanquear billetes verdes, en particular del cuadro queretano.

Pregunto y me pregunto: ¿por qué hace 20 años que los barones del balón en México no dan pie con bola, ni bola con pie?

Van dos décadas de pachequez futbolística que hacen que el balompié nacional esté en la lona deportiva y con cuenta de protección, aunque haya ganado un pinchurriento boleto para ir a Brasil: esclavizante draft, gañan pacto de caballeros, y satánico narcofutbol.

Ante tanto alucine y deliro mariguanero interrogo al Altísimo: ¿si la sede de la Femexfut, en la ciudad de México, es una sucursal de La Castañeda hace dos décadas y no nos hemos dado cuenta?  

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